miércoles, 30 de junio de 2010

Ruy González de Clavijo

Diplomático y viajero

De noble familia madrileña, oficial de la Casa Real y camarero de Enrique III de Castilla, el propio rey le encargó en 1403 que encabezara la embajada a Samarcanda (hoy de Uzbekistán), la capital del imperio de Timur, apodado el cojo, un monarca de crueldad bien conocida pero que mantenía importantes relaciones con Occidente. Timur el Cojo, era conocido en Occidente como Tamerlán, había enviado años atrás al monarca castellano una embajada

Esta embajada castellana tenía como objeto trazar itinerarios fiables desde Castilla hasta Asia central, verificar las rutas comerciales, recabar noticias sobre los pueblos transitados y poner de manifiesto la superioridad de Enrique III frente al resto de las monarquías europeas, en un momento difícil para los occidentales tras la derrota de los cruzados en Nicópolis ante el turco Bayaceto.



El grupo mandado por González de Clavijo partió de Cádiz, probablemente de El Puerto de Santa María, en mayo de 1403 a bordo de un barco genovés. Tras atravesar el Mediterráneo la embajada llegó a Rodas y luego a Constantinopla, para partir después, por el sur del mar Negro, hasta Trebisonda (actual Trabsond) en un intento por sortear los dominios del sultán turco y así alcanzar Persia, bajo el dominio de los mongoles. Tuvieron que adentrarse en tierras ásperas y pagar peajes abusivos. Cruzaron Armenia, pasaron cerca del monte Ararat y llegaron por fín a Teherán.

Se adentraron en el desierto del Turquestán para llegar al río Amu Daria y de allí viajaron a Samarcanda, adonde llegaron el 8 de septiembre de 1404 (un viaje de 16 meses).

En la fastuosa urbe de la Ruta de la Seda permanecieron 75 días, recogiendo datos importantes sobre las relaciones entre las diferentes monarquías asiáticas de la época.

De regreso, llegaron a Bujara, desde donde tomaron el camino de idea e hicieron escala en Trebisonda. Llegaron a Alcalá de Henares en marzo de 1406, tras un penoso viaje de regreso.

Fruto de aquel periplo fue la crónica que conocemos como “Viaje de Tamorlán”, que está considerado como el primer libro de viajes de la literatura castellana. Se trata de una obra fundamental, que llegó a figurar en el Diccionario de Autoridades de la Real Academia para documentar, entre otros, el uso de voces y modos de hablar desde 1400 a 1500. Fue publicado por primera vez en 1582 en Sevilla y consiguió rápidamente un carácter universal pues fue traducido al ruso, inglés, francés, pesa y turco.

domingo, 27 de junio de 2010

Benjamín de Tudela

El gran viajero hispano-judío por Oriente

El judío español Benjamin ben Zona, natural de Tudela era un rabino (sabio), según se sabe por el prologuista anónimo de su libro Sefer-Ma´asot (Libro de viajes), políglota, experto en telas, gemas, especias y perfumes. Con sus conocimientos sobre estas materias inició un periplo hacia Oriente que guardaba una doble intención. Por una parte, establecer nexos en la distancia con los diferentes grupos de judíos dispersos por Europa y Asia y, por otra, obtener recursos para los gastos de tan costoso viaje. Porque, según su relato, pudo haber llegado hasta China en constante observación de la situación de sus hermanos de religión, la política entre las naciones del mundo occidental cristiano y el oriental islámico y la descripción y situación de centros comerciales, así como las rutas que los unían y las que podían unirlos más en el futuro.

Podría considerarse que el objetivo de sus anotaciones era la construcción de un informe puramente comercial pero, en realidad, se trataba de un ambicioso producto cultural y literario en el que se dieron cita la crónica, la geografía, el ensayo costumbrista y, en cierto sentido, a modo de precedente, la etnografía y la sociología.


El viaje de Benjamín de Tudela se inició en Zaragoza, no se sabe con certeza si en 1159 o 1165 y duraría catorce años. Llegó al Mediterráneo por Tarragona, para seguir luego a Barcelona, Gerona, internarse en el Rosellón y la Provenza, y embarcar en Marsella hasta Génova. Cruzó la península itálica hasta el Adriático tras visitar Pisa y otras ciudades, y allí volvió a embarcar para llegar a Corfú y Corta, escala necesaria para arribar a Constantinopla, desde donde viajó a las islas del Egeo.



En Tierra Santa visitó Nablús, Jerusalén, llegó a Damasco, luego a Jama, Alepo, Racca y Mosul, e inició el camino hacia Bagdad por el valle del Tigris. Aquí se abre un paréntesis en su relato, pues a partír de aquí sus palabras parecen serle transmitidas, como atestigua la constante referencia a mitos y leyendas, mientras que hasta aquí sus palabras eran verosímiles. Es la parte correspondiente a su visita a Asia, a Ceilán, las islas de Qis o la misma China.

Un paréntesis que se cierra cuando su escritura retorna a la senda de lo creible, que coincide con el momento en que pisa territorio egipcio, con descripciones fabulosas de El Cairo, Fustat, Alejandría, el monte Sinaí y Damietta.

Sus andanzas terminan bruscamente en París, ciudad a la que llegó desde la costa del norte de Africa, por un curioso itinerario: Sicilia, Roma, Lucca y Verdún.

Nota: Todos los mapas que aparecen en estas entradas de viajeros españoles han sido escaneados del Atlas de los Exploradores españoles editado por la Sociedad Geográfica Española

martes, 22 de junio de 2010

Ibn Yubair. Peregrino del Mediterráneo

Ibn Yubair, poeta valenciano afincado en Granada y secretario de la cancillería decidió, motivado por una crisis de fe, que era el momento de peregrinar a La Meca.

Tras cruzar el estrecho de Gibraltar se embarcó en Ceuta rumbo a Alejandría en una nave genovesa. Era febrero de 1183. Casi un mes después llegaba a tierras egipcias, gobenadas entonces por el sultán Salah al-Din Yusuf, conocido en Occidente como Saladino, tras pasar por las islas Baleares, Cerdeña, Sicilia y Creta.



Después de visitar la ciudad y su famoso faro, partió hacia El Cairo, donde llegó tres días más tarde. Descripciones de la urbe y, cómo no, palabras sobrecogedoras sobre las pirámides. Remontó el Nilo hasta Asuán, para cruzar el mar Rojo, llegar a Jedda, alcanzar La Meca, ciudad en la que permaneció 8 meses, y finalizar la peregrinación en Medina.

En vez de enfilar el camino de regreso a la Península se animó a proseguir ruta. Tomó rumbo norte hacia Jerusalén, Damasco, Mosul, Bagdad y Acre. Dos años después decidió volver a Granada, vía Sicilia, isla en la que hizo una escala, en la ciudad de Palermo.

Fruto de aquel periplo nació su rihla (libro de viajes), un testimonio inusual para la época, pues el autor narró de forma pormenorizada no solo los puntos geográficos por los que transitó, sino su experiencia personal, las costumbres locales, la política, los sistemas de fiscalidad, la cultura en general y el estado de las comunidades religiosas, especialmente de la musulmana pero sin olvidar otras, como la judía o la cristiana, presente esta última con notoriedad en Jerusalén tras las Cruzadas.

Su libro es una ventana esencial para el conocimiento de la cultura mediterránea medieval.

Se tiene constancia de que Yubair viajó dos veces más hacia Levante, pero nada dejó escrito sobre ello.

jueves, 17 de junio de 2010

Abu Hamid Al-Gharnati, Un granadino por Eurasia

En 1090 las tropas del emir almorávide Yusuf ibn Tasufin amenazaban la Granada del último de los reyes ziries. La familia de Abu Hamid dejó su ciudad para asentarse en Uclés. Su estancia allí no fue muy duradera pues el joven, apenas tenía 12 años, abandonó para siempre la península ibérica y se dedicó a viajar por Oriente hasta los paises más alejados dentro de las fronteras islámicas siguiendo las rutas establecidas.

En el transcursos de su largísimo viaje escribió dos libros: AlMu'rib y Tuhfa, obras documentales de gran valor geográfico. Además de llevar una vida azarosa en la que no perdió en ningún momento su afán por el conocimiento, llevó a cabo una importante misión de divulgación de la fe islámica, realizó operaciones comerciales, fue discípulo de grandes eruditos y maestro de otros, narró con verdadera solvencia literaria leyendeas de los lugares que iba visitando y proporcionó datos importantes de los pueblos por los que pasó.




En 1106 ó 1107 al-Garnati cruzó el estrecho de Gibraltar, llegó a Ceuta y se internó en Marruecos, aunque se desconoce si realmente avanzó hasta el sur, a la ciudad comercial de Siyilmasa. Donde sí se sabe que estuvo fue en Túnez y Kairuán. Con 34 años se encontraba ya en Alejandría, adonde había llegado navegando por el Mediterráneo tras hacer escala en Cerdeña y Sicilia. De Alejandría, urbe en la que realizó anotaciones sobre su arquitectura, marchó a El Cairo, donde se detuvo por un tiempo para estudiar, visitar las pirámides y preocuparse de los sistemas de abastecimiento de agua para riego y consumo del Nilo, rio del que dejó una buena descripción en la que también incluyó su fauna.

Desde Egipto siguió a Damasco, visitó de camino las ruinas de Baalbek y Palmira y llegó a Bagdad, en donde se instaló por un tiempo.

En 1130 se encontraba en Abhar y un año más tarde aparecía en la desembocadura del Volga en el Caspio. Desde allí realizó un viaje por la costa occidental de este mar interior, en el cual tuvo oportunidad de conocer Derbend. Siguió luego el curso del Volga hasta llegar a Bulgar, en 1135, donde dio cuenta de las actividades comerciales que por la zona se llevaban a cabo (espadas por pieles de castor).

Transcurridos 15 años este impresionante viajero se hallaba en Hungría, llamado País de Basgird. Allí permaneció durante unos ochos años desarrollando otra sus múltiples facetas, la de misionero islámico y maestro de árabe. Tras su estancia en este lugar se fue a Saysin e hizo una parada invernal en el país de los saqaliba. Bajó hasta Derbend y cruzó el mar Caspio para llegar a Juawarizm. Estamos ya en 1154.

Al año siguiente, 1155, en cumplimiento de uno de los cinco mandatos del islam, al-Garnati se dirigió a La Meca, en peregrinación, por la ruta de Merw, Ispahán y Basora.

Una vez cumplido el precepto volvió a Bagdad, en donde comenzó a escribir la primera de sus obras, el libro de viajes, AlMu'rib. Una vez terminado, siguió camino a Jurasan y de allí pasó a Mosul, y durante los tres años siguientes se ocupó en la redacción de su segundo relato, Tuhfa. Cuando termió marchó a Siria, y después de permanecer un tiempo en Alepo, llegó a Damasco, ciudad en la que acabó sus días.

Tenía casi 90 años.



Bibliografía: Atlas de los exploradores españoles. Sociedad Geográfica Española

martes, 15 de junio de 2010

Al-Ghazal. Embajador en tierras de vikingos

En el año 844 naves vikingas llegaban por primera vez a las costas cántabras. Una tormenta las había desviado de su rumbo de navegación por el litoral oeste de Francia. Tras saquear algunas localidades, com Gijón, los fieros hombres del norte sufrieron una dura derrota en Galicia a manos de las levas del rey asturiano Ramiro I. Aún así, diezmados y todo, prosiguieron ruta por la costa portuguesa hasta llegar a Cádiz. Desde allí alcanzaron Sevilla, y procedieron a saquearla e incendiarla. Ver : http://palabrasalbit.blogspot.com/2010/03/los-vikingos-invaden-sevilla.html .
Los hombres del norte supieron que habían topado con una importante potencia militar, bien organizada y expansiva. Fue entonces cuando Abd-al-Rahman II encargó al erudito apodado al-Ghazal,”la gacela” (para los árabes el animal arquetípico de la belleza), que preparara una embajada a las peligrosas tierras del norte de las que procedían los llamados vikingos en respuesta a otra que estos habían enviado a Córdoba con la intención de prestar ayuda a los suyos, dispersos por Cádiz y el Algarve tras la derrota, y ya de paso establecer lazos comerciales conel apetecible mercado andalusí.

Al-Ghazal ya tenía experiencia en el terreno diplomático tras haber ido a Bizancio en el año 840, de la que apenas tenemos noticias. Los objetivos eran claros: frenar las incursiones vikingas en el ámbito hispano-musulman; establecer alianzas contra los peninsulares no islamizados y los francos cristianos; y conseguir acuerdos comerciales que incluían el intercambio de productos entre los que no faltaban las valiosas pieles de las tierras y mares del septentrión ni el músculo de los esclavos.

Al-Ghazal contaba por entonces con 50 años, sin que la avanzada edad hubiera hecho merma alguna en su fina inteligencia, su elocuencia y, sobre todo, en su ardiente carácter. El embajador cordobés, apoyado por un tal Yahya ibn Habib, experto astrónomo, acompañó al representante del rey de los vikingos en su viaje de vuelta a la corte de los majus.

No se conoce con precisión el destino exacto dela misión diplomática, las hipótesis más aceptadas son las que mantienen que al-Ghazal, aunque tocó Irlanda, recién invadida por los vikingos noruegos, llegó finalmente a Jutlandia (actual Dinamarca), que definió como una isla a pesar de ser una península.



Ambos partieron en dos knörr (embarcaciones de dos velas utilizadas por los vikingos en las largas travesías) bien equipados del puerto de Silvés, al sur del Algarve portugués, con rumbo a Noirmoutier. Era noviembre de 844. Doblaron Finisterre y se dirigieron a la península de Kerry, en tierra irlandesas, para dirigirse después a Clonmacnoise, punto de encuentro con los monarcas norteños. Por delante esperaban veinte meses de estancia en tierras vikingas, en las que al-Ghazal logró recopilar valiosa información que incluía estudios sobre etnografía, costumbres y descripciones geográficas.

El relato de los acontecimientos fue transmitido por el propio al-Ghazal a Tammam ibn Alqama y este, a su vez, pasó la información al valenciano ibn-Dihya, nacido en 1059, que fue quién finalmente escribió el texto que ha llegado hasta nosotros. A diferencia de otros escritores de viajes de su época, ibn-Dihya se limitó a transcribir los datos que le fueron aportados, sin incluir elementos mágicos, mitológicos ni productos de su propia imaginación, por lo que sus palabras gozan de gran credibilidad.

A pesar de que los vikingos prosiguieron con sus ataques por todo el Mediterráneo y Europa, al-Ghazal logró arrancarles un pacto circunstancial de no agresión, además de importantes acuerdos mercantiles y estratégicos. Un año y medio después de su partida regresó a la Península. Una vez allí, permaneció durante tres meses en Santiago de Compostela y partió finalmente para Córdoba, donde fue recibido con honores.

domingo, 13 de junio de 2010

Peregrinaje de Egeria a Tierra Santa

El año 326 fue clave en el incremento de los viajes de peregrinación a Tierra Santa, puesto que en esa fecha las excavaciones ordenadas por el emperador Constantino en la zona en la que tuvo lugar el calvario dieron como resultado un hallazgo de importancia capital: la cruz de Cristo.

Muchos peregrinos dejaron constancia por escrito de sus recorridos por los puntos geográficos por los que había transcurrido la vida del Salvador; uno es de fundamental trascendencia, el dejado por una mujer, nacida en Galicia y consagrada a Dios, que entre 381 y 384 realizó un increíble viaje por aquellas latitudes: se trata de Egeria.

Hasta 1884 aquella aventura no vio la luz, el investigador italiano Gian Francesco Gamurrini localizó en la biblioteca de la fraternidad de Santa María de Laicos, en Arezzo, un códice manuscrito dividido en dos parte: la segunda, escrita en latín e incompleta, era una colección de epístolas con forma de diario de viaje destinadas a unas lejanas “señoras y hermanas venerables” y a la cual le faltaban las primeras páginas, en las que probablemente debían estar el título y el nombre del autor. Se supo que se llamaba “Itinerarium ad Loca Sancta” (Itinerario a los Lugares Santos), pero su autoría era un misterio. Hasta 1904 no se pudo demostrar que la autora era Egeria, tras localizar una carta en alabanza a esta mujer escrita en el siglo VII por Valerio abad de El Bierzo.

Había salido del olvido el primer libro hispano de viajes y la primera obra literaria escrita por una mujer española de identidad conocida.

El viaje

Egeria, una dama romana, vivía recluida por voluntad propia en una abadía y estaba emparentada con el emperador Teodosio I. En el 381 abandonó su estancia conventual y se dispuso a emprender un inusual viaje a todos esos lugares bíblicos sobre los que tanto había leído, en compañía de un pequeño séquito y de una escolta de soldados. Egeria decidió utilizar la mayor parte del tiempo los “cursus publicus”, el extenso entramado de vías utilizado por las legiones para sus desplazamientos; el alojamiento lo haría en casas de postas o monasterios.



Mujer de fina inteligencia, con conocimientos de literatura, geografía y griego, poseedora de un enorme valor y una gran tenacidad, comenzó su particular peregrinaje recorriendo el norte de la península ibérica, el sur de la Galia y el norte de la península itálica para llegar hasta la ciudad de Constantinopla tras cruzar el mar Adriático. De allí partió hacia Jerusalén, donde celebró la Cuaresma y visitó las poblaciones de Jericó, Nazaret y Cafarnaúm. Emprendió luego el camino a Nitria y la Tebaida. Haciendo escala en Alejandría e introduciéndose en la depresión calurosísima del desierto libio del Uadi Natrim, en la que encontró numerosos monjes solitarios. De Tebas partió hacia el Mar Rojo, llegó hasta el Sinaí, y desde allí se dirigió al monte Nebo “....donde los hijos de Israel esperaron mientras Moisés subía al Monte de Dios y recibía las tablas de la Ley....”. De regreso a Jerusalén, tomó el camino de Antioquía, Edesa y Mesopotamia y atravesó el río Eufrates. Posteriormente llegó a Siria y, desde allí, inició el camino de vuelta a casa por la vía de Constantinopla, tras haberle sido negada la entrada en Persia. A lo largo de su periplo fue agregando fieles a su séquito, tanto civiles como militares o eclesiásticos.

Fruto de aquel largo periplo, totalmente impropio de una mujer de la época, nació su hermoso, elegante y ameno relato, un texto en el que se incluyen vívidas descripciones de los territorios visitados, de templos y monumentos, espacios geográficos y de costumbres de las gentes que iba encontrando en su camino.


Bibliografía:

Sociedad Geográfica española. Atlas de los exploradores españoles

Álvarez, A.. Peregrinación de Egeria a Tierra Santa, Historia 16, Octubre 1984

sábado, 12 de junio de 2010

El asedio a Gibraltar

El siguiente artículo ha sido realizado gracias a los fragmentos extraídos de la Gaceta de Madrid. Tienen como casi únicos protagonistas a las unidades de la Armada. De las acciones realizadas por nuestros corsarios, aun siendo también numerosas e importantes, he preferido dejarlas para más adelante.

Empezó el bloqueo de Gibraltar el 17 de julio de 1779 y terminó el 2 de febrero de 1783. A comienzos del mismo se situó en Ceuta un navío, una fragata y 3 jabeques. En Algeciras también un navío, una fragata y 3 jabeques. El Teniente General Barceló cruzaba las aguas del Estrecho con 5 jabeques, 12 galeotas y 20 lanchas cañoneras. Mientras que los ingleses sólo disponían en esos momentos de un navío (HMS Panther), 3 fragatas y 2 bergantines. Para evitar que estas fuerzas de bloqueo se vieran sorprendidas por las escuadras británicas había en Brest, bajo el mando de Miguel Gastón, 20 navíos españoles más otros 20 franceses. En Cabo Espartel se encontraba Luis de Córdoba con 16 navíos y Juan de Lángara en San Vicente con 10 navíos. Lógicamente en el transcurso de la guerra estas disposiciones iniciales variaron sustancialmente.
Este bloqueo no fue satisfactorio del todo ya que varios convoyes pudieron llegar al Peñón para abastecerlo en los momentos más críticos, pero que tuvo a la escuadra ligera de Antonio Barceló como los adversarios más temidos por los británicos, tanto por el gran uso de las lanchas cañoneras, que se acercaban incluso a los muelles del enemigo, como los rápidos jabeques o bergantines que acosaban como lobos a las desprevenidas embarcaciones inglesas que querían entrar o salir de Gibraltar. Buques mandados y tripulados por gente experta, y bien conocedora de su oficio, que puso en aprietos muchas veces a unidades mucho más poderosas. Baste la coplilla, que por entonces circulaba en Cádiz, sobre la efectividad de Barceló para hacernos una idea:
"Si el Rey de España tuviese cuatro como Barceló,
Gibraltar fuera de España, que de los ingleses no".
No hay que olvidar que esta fue la ocasión que más cerca tuvo España de conseguir recuperar la Plaza por las fuerza de las armas.


1 de Julio de 1779 - Ordenanza de Corso para la Armada.
Ha salido a luz la Ordenanza expedida a 1º de julio de 1779, adicional a las generales de la Real Armada, sobre presas que hicieren los navíos y demás bajeles de ella; por la cual ampliando el Rey N. Sr. Al Cuerpo de su Real Marina las gracias que merece el incesante trabajo de aquella carrera, y para añadir a los empleados en el mismo servicio un estímulo que además del pundonor característico de la nación avive su esfuerzo a subyugar y destruir a los enemigos de la Corona.
Ha resuelto S.M. sin dejar de tener presente lo establecido sobre presas en el título 5, del tratado 6, parte I, página 418 de las Ordenanzas de la Armada, y sin perjuicio de lo prevenido en la Ordenanza de corso que se ha de observar por lo respectivo a los armadores particulares, dejar el valor íntegro de los buques de guerra y corsarios que se tomen a los enemigos a favor de los Comandantes, oficialidad y tripulaciones de los bajeles de la Real Armada que los apresen; y que si la embarcación apresada fuera mercante, los dos tercios del valor del buque y su carga quede a favor de los apresadores; destinándose el tercio restante a un fondo que deberá formarse en la Tesorería de Marina del Departamento donde entrare la presa para emplearlo en gratificaciones de las familias de los muertos en combate, todo bajo el método y reglas preescritas en los 17 artículos de que consta el mismo Reglamento.

29 de octubre de 1779 – La constancia de Gravina.
Advirtiéronse en la noche del 29 de octubre algunos fogonazos hacia la parte del Sur de la bahía de Algeciras, y el Comandante del bloqueo de mar de la Plaza de Gibraltar don Antonio Barceló dispuso que se pusiese a la vela a media noche el jabeque San Luis, que mandaba interinamente el teniente de fragata don Federico Gravina, el cual ayudado de remolques por el poco viento se puso en medio del canal, desde donde bordeando hasta el día descubrió desde sus topes una embarcación de vela redonda que se dirigía a la Plaza enemiga.
Inmediatamente emprendió su caza, llamándola cuando la tuvo a proporcionada distancia, con un cañonazo, y repitiendo hasta cuatro afirmó con el último la bandera española, pero la embarcación continuaba su rumbo sin podérsele aun distinguir su pabellón hasta que más próximo el jabeque, y reconociendo ser una fragata corsaria de 26 cañones, hizo señal de embarcación enemiga a la escuadra de bloqueo, en cuya consecuencia se levaron inmediatamente los nombrados el Murciano y San Sebastián del mando de don Miguel Tacón y don Joseph Justiniani, haciendo todo esfuerzo para salir del canal, no obstante el vivo fuego que les hicieron las baterías de la Punta de Europa.
Seguía sin embargo su rumbo la embarcación enemiga con todo empeño, de cuyas resultas forzó de vela el San Luis y puesto ya en mayor inmediación la hacía un fuego vivo dando al mismo tiempo sus disposiciones para abordarla en momento oportuno.
Correspondía con su fuego el corsario inglés, y como halló imposible doblar la citada Punta de Europa para entrar en el fondeadero de Gibraltar se determinó a varar detrás del Peñón por la parte de Levante, eligiendo paraje que estuviese distante de las baterías de nuestra línea. Pero reconociendo este designio nuestro jabeque hizo la correspondiente maniobra para lograr su primera intención, que había sido de cortar al enemigo o de obligarle a varar debajo de nuestro fuego, a cuyo objeto debían contribuir igualmente los jabeques Murciano y San Sebastián que se acercaban ya, sufriendo también por un largo rato un fuego vivo de las baterías del monte.
A las 9 de la mañana calmó notablemente el viento, pero a fuerza de diligencias siguió su empeño el jabeque San Luis hasta ponerse a tiro de fusil de la fragata enemiga y debajo de todas las baterías de la montaña, las cuales disparaban balas y bombas contra los buques españoles.
Varó finalmente la embarcación enemiga a medio tiro de cañón de nuestro fuerte de Santa Bárbara, del cual se la hizo un fuego tan seguido que a pesar de todas las diligencias de los ingleses en enviar lanchas, con la mira sin duda de recoger la carga que llevaba, no les fue posible atracarse al corsario; y a aquel fuego correspondieron con mucho calor las baterías de la Plaza que hacen frente al mismo fuerte.
En este estado viendo el comandante del jabeque San Luis que la corriente le tiraba demasiado a tierra, exponiéndole a la continuación del fuego enemigo sin fruto alguno, determinó virar por la costa de España, y que le remolcasen los buques menores que iban en su compañía, dando fondo después en la Ensenada de la Funada.
Empleóse el resto de aquel día y todo el siguiente por parte de nuestras embarcaciones en observar de cerca de la enemiga, y por parte del Fuerte de Santa Bárbara en continuar su fuego para impedir la descarga de efectos que pudiese conducir: más en la siguiente noche por disposición del comandante general del bloqueo se puso fuego a la fragata inglesa por las lanchas del jabeque África y Trinidad sostenidas de algunas embarcaciones pequeñas, de suerte que a las 8 de la mañana de este día 1º de noviembre se halló enteramente reducida a cenizas.

2 de noviembre de 1779 – Huída frustrada.
En la noche del 2 de noviembre con viento este fresco, y a favor de la oscuridad, salió la fragata mercante Veneciana nombrada la Juventud del muelle de Gibraltar (a donde había entrado el 20 de octubre no obstante la intimación que la hicieron los jabeques del Rey de estar bloqueada aquella Plaza, y no poderse entrar en ella), con pliegos y la correspondencia del público para Londres, que había recibido el escribano de la embarcación. Y habiendo sido descubierta y reconocida al siguiente día 3 por la fragata Santa Teresa, una de las de la escuadra del mando del Brigadier don Juan de Lángara y Huarte, la envió este comandante, y también una urca sueca que conducía artillería y anclas, escoltadas ambas por la misma fragataSanta Teresa, al puerto de Cádiz en donde entraron el 5 de noviembre.



Bahía de Algeciras en un mapa de 1786.


GM del 9 de noviembre de 1779 – Un mercante valiente.
El jabeque español Santa Teresa de Jesús, de buen porte, armado con 6 cañones, 24 trabucos, las armas y municiones correspondientes y 16 hombres de tripulación que habían conducido de Sevilla al Campo de San Roque pertrechos de guerra, se retiraba en lastre a buscar carga mandado por el patrón ibicenco Antonio Ferrer, a quien lo tenían confiado por su notoria experiencia y buena conducta los dueños del mismo buque que los hermanos don Jaime y don Joseph Requerols vecinos de Cartagena con expreso encargo de no perder coyuntura alguna de sacrificarlo en servicio de la Corona.
En consecuencia hallándose fondeado el 20 del mes último en los Corralotes, costa del Cabo de Gata oyó combate en el mar y vio venir a la playa una lancha, cuyos marineros le informaron serlo de una saetía catalana que acababan de dejar en poder de una goleta o balandra inglesa que la había perseguido y apresado, pudiéndose escapar ellos.
Con esta noticia se hizo inmediatamente a la vela el patrón Ferrer tomando a su bordo 13 marineros más de dicha tripulación; y habiendo encontrado a la goleta apresadora (que era de 16 cañones y 100 hombres) se batió con ella 3 horas con la mayor bizarría hasta obligarla a huir a remo y vela, y soltar la presa, a la cual le había ya clavado los 4 cañones que montaba. Libertó también a otros 4 bastimentos españoles a que daba caza la goleta inglesa.
No contento con esto la persiguió haciendo y recibiendo un fuego muy vivo casi a medio tiro de pistola. La goleta se defendía con vigor; y el patrón Ferrer tuvo que desistir de la empresa por haberle calmado el viento y tener sus cureñas y velamen acribillados a balazos; pero no tuvo desgracia alguna ni siquiera un herido; y han entrado felizmente en el puerto de Almería así el jabeque como la saetía represada, que se nombre San Juan Bautista, su patrón Jaime Pasy, procedente de Barcelona con 3.000 fanegas de trigo, 50 barriles de harina y 200 fanegas de legumbres con destino a Málaga y Algeciras.
Son acreedores a elogio el patrón Ferrer y sus marineros por el valor, constancia y celo que han acreditado en esta acción contra un buque de muy superiores fuerzas, y por haber libertado aquellas 5 embarcaciones; como así mismo el patrón ibicenco Antonio Martiner por la inteligencia con que desempeñó la comisión de conducir la saetía represada a dicho puerto de Almería.


12 de noviembre de 1779 – Sálvese quien pueda.
En la madrugada del día 12 apresó el jabeque Águila de la dotación de Ceuta una tartana que salió de la Plaza y se dirigía a Tánger conduciendo algunas personas del vecindario. La gente tuvo tiempo de saltar a tierra; pero se dejó a bordo la correspondencia de cartas que llevaba. Esta embarcación montaba 2 cañones de a 4 y 2 pedreros. Anteriormente se había tomado un bote de la misma Plaza por los jabeques armados de cuenta del Rey y se había pasado otro con algunos desertores.

GM de 30 mayo de 1780 – Apresamiento de una gran fragata corsaria británica.
El 21 de mayo entraron en Cádiz los jabeques del Rey el Mallorquín y San Sebastián del mando del capitán de fragata don Joseph de Salazar conduciendo a la fragata inglesa del porte de 36 cañones nombrada el Emperador  que apresaron haciendo el corso en estos mares.
Habían salido de aquí estos jabeques el día 15 al propio tiempo que la escuadra francesa del mando de Mr. Bausset; y a la mañana siguiente avistaron a barlovento dos embarcaciones, de las cuales una, que fue la apresada, parecía navío de 50 cañones por descubrírsele portería en el entrepuente, y la otra fragata de 30; en cuya disposición conociendo eran enemigas, emprendieron la caza, como también lo hizo la escuadra francesa que estaba aun a la vista; y aunque se adelantaron la fragata Nereida de aquella nación y los dos jabeques, pudo la embarcación pequeña enemiga por su excesivo andar perderse de vista al anochecer.
El jabeque San Sebastián del mando del teniente de navío don N. de Justiniani logró acercarse a la fragata mayor, rompiendo a las 9 y media de la noche el fuego, a que correspondió el enemigo hasta las 11 que los separó una calma, y esta impidió se pudiesen acercar el jabeque comandante y la Nereida; pero volviendo el viento a media noche, y poniéndose el enemigo en fuga a un largo, continuaron la caza los tres buques; de los cuales los dos jabeques por su mayor ligereza le fueron alcanzando en términos que a las 5 de la mañana del 17 empezaron nuevamente a hacerle fuego con las miras, a que correspondía el con sus guardatimones, dirigiéndose los jabeques a sus aletas para abordarlo, cuya ejecución ansiaban a competencia ambas tripulaciones con el mayor ardor.
Vio sin embargo don Joseph de Salazar a las seis y media que se retardaba el cumplimiento de su idea, y como se hallaba ya a menos de medio tiro de cañón le presentó el costado de su jabeque, de suerte que a la segunda descarga arrió el inglés su pabellón y se arboló a las 8 el español, distribuyéndose seguidamente los prisioneros  entre los jabeques nuestros y la fragata francesa la Nereida; cuya lancha llegó a las 9 con un oficial, y a las 10 y media el todo de la escuadra francesa, enviando su general otro oficial al comandante de dichos jabeques.
Esta fragata enemiga que trae rendidos (bajado, abatido) su palo de trinquete y el tajamar, pasada la popa, desbaratado un jardín y haciendo agua, había salido de Bristol completamente equipada a corso con patentes del Rey Británico, consistiendo su artillería de 24 cañones de a 12, 10 como obuses que calzan balas de a 18,  2 de a 4, y además en la cofa 4 obuses de a 6, guarnecido el buque de pedreros y esmeriles, muchos fusiles, pistolas y demás artificios; su tripulación 193 hombres, de los que murieron 5 y hubo un herido.
Han sido tratados así los 9 oficiales que tenía como los demás prisioneros con la humanidad correspondiente, restituyendo a todos por lista sus equipajes; pues la gente que al mando del teniente de fragata don Antonio Pareja fue a marinar la presa, procedió con toda moderación. Los jabeques sufrieron algunas averías en sus cascos y aparejos, pero sin desgracia en sus tripulaciones.


GM del 26 de junio de 1780 – Probando las nuevas cañoneras inventadas por Barceló.
La noche del 26 de junio de 1780 el general Barceló dispuso 2 de unos nuevos modelos de  lanchas cañoneras, provistas cada una con un cañón de a 24 libras, para probarlas sobre el terreno. 

Con estas dos lanchas especiales de nueva construcción más otras dos normales que vinieron de Cartagena, siguieron las instrucciones dadas por Barceló y aprovecharon la oscuridad de la noche poniéndose a medio tiro de cañón del navío de línea británico Panther, que se hallaba fondeado en la base de Gibraltar. A las dos de la madrugada rompieron el fuego contra el navío, sin que este ni las demás baterías de mar y tierra pudiesen con el vivo y continuado fuego que hacían las lanchas, ya que gracias a su reducido porte ni las veían en la oscuridad.


Como a las tres y media ya empezaba a romper el día las lanchas cesaron el fuego, retirándose sin haber experimentado lesión alguna, y sí causándola al navío en su casco y arboladura como bien pudieron observar más tarde los vigías.



Modelo de lancha blindada de las inventadas por el general Barceló. Estas embarcaciones tenían 56 pies de quilla, 18 de manga máxima, y 6 de puntal. Portaban un cañón de a 24 libras sobre cureña naval. Iba protegida con un parapeto que se alzaba dos pies sobre la borda, forrado de hierro y tenía 14 remos por banda aunque también tenía una vela latina. Eran llamadas lanchas de fuerza y complementaban a las más numerosas y comunes lanchas cañoneras y obuseras (también llamadas bombarderas). Imagen del Museo Naval de Madrid.


GM del 7 de julio de 1780 – Un nuevo ataque al navío Panther.
Continuando en su crucero desde Ceuta a Punta de Europa los buques destinados por el Jefe de Escuadra don Antonio Barceló para impedir todo socorro a la Plaza de Gibraltar, y también para hacer la guardia al navío inglés Panther y cuatro fragatas que se hallaban en sus muelles, ocurrió en la mañana de ayer 24 que al rendir la bordada en la inmediación de dicha Punta de Europa el navío San Miguel del mando del capitán de esta clase don Juan Moreno y las fragatas la Rosario y Santa Gertrudis del cargo de los capitanes de esta clase don Baltasar de Sesma y don Anibal Casoni formados en línea, les hicieron fuego las baterías enemigas, a que correspondieron dichos 3 buques con las suyas, en cuya continuación prolongó la bordada su comandante don Juan Moreno creyendo se le presentaba la ocasión de batir el navío enemigo; pero advertida por este la intención se atracó inmediatamente a tierra, acoderándose para presentar su costado, en cuya disposición así este como las 4 fragatas y las baterías de tierra hicieron vivísimo fuego que duró por una y otra parte más de una hora, y a no impedirlo la fuerza de las corrientes  y la calma que da el abrigo del monte, habría repetido don Juan Moreno las bordadas sobre los enemigos.
El comandante del jabeque San Luis don Federico Gravina, que se hallaba cruzando a la banda de Levante del monte y advirtió el fuego que hacían el navío San Miguel y las dos fragatas, fue a incorporarse con ellos pasando con la mayor inmediación a todas las baterías de tierra y buques hasta formarse con los nuestros y sostuvo el más activo fuego.

En los cuatro buques ha habido 5 heridos, uno de ellos gravemente, varios cabos principales y de labor cortados y otros daños de poca consideración.

Bibliografía: En la Red es inmensa la cantidad de recursos que hay, si estais interesados nada mejor que navegar por el proceloso océano. En papel, la revista Almoraima (Estudios del Campo de Gibraltar) es una buena fuente. También son altamente recomendables, a pesar de ser inglesas, las revistas de Osprey Military

miércoles, 9 de junio de 2010

Libranda

Los que me conocen saben que no puedo vivir sin leer. En mi disco duro tengo unos 15.000 títulos en español y unos 6.000 en inglés. Libros que probablemente no lea nunca; muchos de ellos ni siquiera me interesan, pero están ahí.

Esta tarde escuchando RNE 1, me he enterado que varias editoriales españolas se han unido y han presentado un portal (por llamarlo de alguna manera) donde podamos comprar libros-e.

El portal se puede ver en www.libranda.com. Todavía está en pruebas, y no estará completamente operativo hasta el 15 de septiembre.

Como creo que se están equivocando de todas todas al igual que las discográficas, les he mandado el siguiente correo:


Como muchos otros lectores empedernidos, deseo que os vaya bien en esta aventura.

Y, un consejo, precios bajos, precios bajos, precios bajos.

No podeis cobrar lo mismo (o parecido) que un libro en papel.

Llevo varios años descargando libros de la Red. Y además me gasto unos 50 mortadelos al mes en libros de papel.

Ahora que tengo un lector electrónico, los libros que compro son los de arte y similares que me dan un valor añadido (buenas fotos, calidad de papel, etc)

Pero quiero poder acceder a las últimas novedades de literatura de una forma fácil y rápida. Siempre que el precio sea competitivo.

Saludos

Víctor

P.D.: Me temo que mi comentario se quedará en el cajón de sastre y las editoriales morirán como están muriendo las discográficas


Se con una certeza del 99.999 % que no me van a hacer caso y que tendremos que seguir descargando libros de las redes. Simplemente quería dejar mi opinión para que, dentro de un par de años cuando pongan el grito en el cielo acusandonos a todos los españolitos de ser unos piratas que no defienden la industria cultural española, conste que no soy cómplice de estos indocumentados

Post Scriptum: En atención a un amable lector que me ha hecho ver mi error, he rectificado la expresión "la han cagado..." por otra más suave.

Una anecdota guerrera

Un hecho sorprendente y pintoresco ocurrido en el siglo XVII en pleno Cheapside, uno de los distritos más típicos de la City londinense, y que conmovió vivamente a los cronistas de la época.

Sus precedentes hay que buscarlos en la rivalidad entre las representaciones diplomáticas francesa y española. A comienzos de 1600, el embajador francés se vio obligado a abandonar la corte de San Jaime debido a un sonado altercado con el altanero y hábil embajador de España don Diego de Sarmiento y Acuña, conde de Gondomar.

Unos de los puntillos de honra por el que discutían españoles y franceses era lograr que la carroza de su respectivo embajador, en las ceremonias públicas, siguiese inmediatamente al carruaje real.

En una mañana de septiembre de 1661 surgió de nuevo la vieja cuestión con motivo de la presentación de las cartas credenciales del embajador sueco al rey Carlos II Estuardo.

En esta ocasión, las misiones diplomáticas de ambos países se juramentaron para conseguir por cualquier medio aquel privilegio que consideraban esencial para el prestigio de las naciones que representaban. Afortunadamente para nosotros, uno de los testigos de lo ocurrido fue el gran Samuel Pepys, quien en la página de su Diario correspondiente al 9 de septiembre de 1661 nos cuenta lo siguiente:

Al oír tales rumores me dirigí a las embajadas española y francesa y en ambos sitios observé grandes preparativos, pero los franceses parecían mucho más activos, mientras que los españoles apenas se movían, hasta el punto de que daban la impresión de que descuidaban excesivamente a sus enemigos.
Luego fui a comer al Wardobre y allí me enteré de que en la pelea del Cheapside los españoles se habían llevado la mejor parte de la contienda, matando a tres cocheros franceses y a varios hombres de a pie, y consiguiendo colocar sus carrozas inmediatamente detrás de la del rey Carlos. Y fue extraordinario el regocijo con que se acogió esta buena nueva en la ciudad. Verdaderamente demostramos querer a los españoles y odiar a los franceses.
Los españoles acuchillaron a varios franceses y ellos sólo sufrieron dos bajas. Un inglés espectador del suceso murió de un balazo disparado por los franceses. Es digno de ser tenido en cuenta el hecho de que los franceses superaban a los españoles en la proporción de tres a uno y que disponían de más de cien pistolas, mientras que los españoles no utilizaron más armas que el acero, lo cual dice mucho en bien de su honor.

lunes, 7 de junio de 2010

Mariano José de Larra

El 13 de febrero de 1837, lunes de Carnaval, a las ocho y media de la tarde, un joven de 27 años se disparaba un pistoletazo en la sien, en su casa de la calle Santa Clara, 3, de Madrid. Era el periodista mejor pagado de España en su momento.

A su entierro, multitudinario, acudieron escritores y liberales destacados, que quisieron convertir el sepelio en un acto anticlerical. El duelo fue el primer homenaje público a un escritor tras el que se rindió a Lope de Vega, 200 años antes. Tras los discursos fúnebres y los poemas de los consagrados se adelantó un joven casi niño quién, después de pedir permiso, con voz trémula recitó un poema que se haría famoso, en aquellos versos que empiezan... Ese vago clamor que rasga el viento / es el son funeral de una campana....; era el nacimiento de un poeta popular, José Zorrilla.

Así terminaba una vida intensa que había comenzado el 24 de marzo de 1809, durante la Guerra de la Independencia. Era hijo único de un médico militar que había estudiado en París, servido en el ejército imperial, y que ejercía como médico de cámara del Rey José. En 1813 la familia salió de España con las últimas tropas napoleónicas hacia un exilio de cuatro años, el futuro escritor cursó los estudios primarios. El afrancesamiento del joven Larra tenía profundas raíces.

Gracias a una amnistía volvió la familia a Madrid en 1818. El padre fue nombrado médico personal del hermano de Fernando VII y el hijo siguió sus estudios en las Escuelas Pías y en el Colegio Imperial de los jesuitas.. Son años de formación clásica y de interés por la gramática, años de sublevaciones liberales y conspiraciones contra el rey absolutista, de pérdidas en los territorios de Ultramar, de intervención de la Santa Alianza, de inicio de la “década ominosa”

Comenzó estudios en la Universidad de Valladolid, pero los interrumpió para desempeñar un puesto burocrático y así emanciparse de la familia en 1825 con 16 años. Frecuentó tertulias literarias, cultivó amistades entre los hombres de letras y publicó sus primeros versos en 1827. La entrada en el periodismo se produjo el año siguiente, cuando comenzó a editar El Duende Satírico del Día, unipersonal, de aparición irregular: llegó a producir cinco cuadernillos hasta que los problemas financieros y la censura le obligaron a suspender la publicación.

En 1829 se casó con Josefa Wettoret, una boda prematura con una mujer inadecuada que terminó en separación, después del nacimiento de tres hijos, cuando se supo su relación adúltera con Dolores Armijo.

En la tertulia del Café del Príncipe, el Parnasillo, a la que asistían Espronceda, Ventura de la Vega, Bretón, Mesonero, Esquivel, Madrazo y otros, conoció a un empresario que le animó a realizar traducciones adaptaciones de obras de teatro francesas que obtenían fácilmente el aplauso del público. Larra trabajó con ahínco en esta empresa alimenticia, firmando con el seudónimo de Ramón Arriala.

En agosto de 1832 emprendió una nueva aventura periodística en solitario, El Pobrecito Hablador, donde publicó algunos de sus más famosos artículos bajo el nombre de ”el bachiller Juan Pérez de Munguía”. Tras 14 números, la Revista Española, la más refinada de la época, para la que había empezado a trabajar utilizando el pseudónimo de “Fígaro” que le hará famoso,le obligó a suspender su publicación. La muerte de Fernando VII en 1833 y el entronamiento de su hija como Isabel II desencadenó la guerra carlista contra la que clamó Larra sin descanso.

El año 1834, bajo el gobierno del escritor Martínez de la Rosa, fue un año de triunfos literarios: publicó su novela “El doncel de don Enrique el Doliente” y estrenó con éxito su drama Macías. En el ámbito personal su mujer descubrió sus amores con Dolores Armijo y se separaron; su madre murió, víctima de la epidemia de cólera que asoló Madrid.

El joven Larra vio en el artículo periodístico el cauce adecuado para sus capacidades (espíritu crítico, buen observador) y ambiciones (fama, acceso rápido a un amplio sector de publico, quizá ganancias). Larra se incluye en sus artículos como personaje-autor, lo que le permite juzgar como testigo directo una situación. Parte de una anécdota o finaliza con ella y el grueso del artículo aparece ocupado por reflexiones de tipo teórico y general, resultando así como pequeños ensayos. No le falta a Larra capacidad para percibir lo ridículo ni comicidad para expresarlo, como había aprendido en sus lecturas de Quevedo. Como recurso para prestar vivacidad a las situaciones utiliza el diálogo, acercándose así al sainete o al entremés.

Estuvo viajando por la Europa romántica gran parte del año 1835, incluso pensó en establecerse en París. Pero regresó en septiembre, con grandes esperanzas en el gobierno de Medizábal, liberal radical que prometía una nueva Constitución, terminar con la guerra carlista y desamortizar los bienes eclesiásticos. El periódico El Español lo contrató por la enorme cifra de veinte mil reales anuales (5.000 pesetas ó 30 €) por dos artículos semanales. Inició entonces la publicación de sus artículos completos bajo el título El Observador.

Las críticas de Larra se dirigen sobre todo a la falta de instrucción, al atraso de España con respecto a sus vecinos europeos, al carácter español, al inmovilismo y a la peculiaridades negativas de las distintas clases sociales.

La censura persiguió a Larra: cerró su primer periódico El Duende Satírico del Día e impidió la publicación de muchos de sus artículos. Fígaro luchó con denuedo por la libertad de imprenta, defendiéndose con las armas del ingenio y la ironía y dedicando artículos burlescos a los censores. La censura permitía pocos comentarios políticos. El pensamiento político y social de Larra se encuentra diseminado a lo largo de su obra. Políticamente, fue un liberal moderado que admiraba los países republicanos, hastiado de la Monarquía. Luchó contra la ley electoral vigente que sólo daba el voto a los mayores de 30 años y a los grandes contribuyentes; él abogaba por el voto directo y popular. Animó a las masas a que tomaran conciencia de sus necesidades y lucharan por ellas, afirmando que las revueltas populares siempre tenían algo de razón. Pero no sólo debía estar basado en la violencia, alentó a los jóvenes a que tomaran parte activa en la política del país e insistió en que no se perdiera ninguna inteligencia por falta de recursos u oportunidades.

Su rechazo al carlismo fue total; su causa le parecía irrelevante, la guerra, inútil y su ideario reaccionario y primitivo. No es de extrañar que algunas de sus más sangrientas sátiras se dirijan contra los carlistas. El patriotismo de Larra es amargo, lúcido, no complaciente. Creerse los mejores es nefasto para el país y los aduladores son los verdaderos enemigos del pueblo. Hay que denunciar los defectos del carácter nacional para que puedan ser corregidos.

Frases del tipo: “Nuestra España que Dios guarde (de sí misma sobre todo)”, “Rogaré a Dios y a Santa Rita, abogada de imposibles, por la prosperidad de nuestra Patria, que tanto nos anuncian con tan fáciles como inconsideradas promesas”. Ataca con saña a los funcionarios públicos, al enchufismo y a los que se acercan a los poderosos; hacen que Larra no haya perdido actualidad, no solo por la pervivencia de los defectos de la sociedad y la política, sino porque muchas de sus ideas son anticipadoras.

Vivió con desencanto la actuación de Mendizábal, apoyó a los liberales moderados con Istúriz y ganó un acta de diputado por Ávila. La “sargentada de la Granja”, en julio de 1836, dio al trate con su ilusión de participar activamente en la política. El tono de sus artículos se hacía cada vez más amargo. La noticia de la muerte de su amigo el conde Campo-Alange ahondó la crisis en la que vivía, abandonado por Dolores Armijo, que había decidido reconstruir su matrimonio. Al desengaño amoroso se unía el familiar, y la frustración política y literaria, y la pérdida de sus escasos amigos, y el sentimiento de fracaso por “clamar en el desierto”, el dolor por España y la muerte de la esperanza.

El día 13 de febrero de 1837 visitó a Armijo, que le había solicitado una entrevista, pero no era para reanudar su relación sino para recuperar sus cartas de amor; terminado el encuentro, se quitó la vida.