martes, 27 de julio de 2010

El Barranco del Lobo

En el Barranco del Lobo
hay una fuente que mana
sangre de los españoles
que murieron por España

¡Pobrecitas madres,
cuánto llorarán,
al ver que sus hijos
a la guerra van!

Ni me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla

Melilla ya no es Melilla,
Melilla es un matadero
donde van los españoles
a morir como corderos.



Esta era una coplilla que se cantó durante muchos años en España y, especialmente, la cantaban los mozos que iban a la guerra de África.

El 27 de julio de 1909 el ejército español fue masacarado por las cabilas próximas a Melilla, que llevaban algo más de un año atacando a los trabajadores de la Compañía Española de Minas del Rif.

El día 9 de julio los rifeños atacaron a un grupo de trabajadores que estaban construyendo un puente para el ferrocarril minero, matando a seis de ellos. Cuando el gobierno de Madrid se entera de la noticia ordena la movilización de tres brigadas de Cazadores; lo que provoca incidentes en Madrid y en Marcelona, donde se producen los sucesos de la conocida Semana Trágica.

Los Cazadores llegan a Melilla el día 16 de julio, y el día 18 ya están combatiendo contra las cabilas rifeñas. El día 26 se reciben informaciones de confidentes rifeños sobre la preparación de un potente ataque contra Melilla. El capitán general Marina ordena a la brigada de Cazadores de Madrid que vigile la zona del Barranco del Lobo en las estribaciones del Monte Gurugú.

En el Barranco del Lobo, los soldados españoles están expuestos al fuego graneado de los francotiradores rifeños que controlan las alturas. En un grave error se ordena la retirada sin apoyo de la artillería, lo que causa gravísimas pérdidas. Al fin se recibe apoyo artillero y se repliegan hasta Melilla.

En el Barranco del Lobo murieron 153 soldados españoles, entre ellos el General Pintos, quién estaba al mando de la expedición. Hubo casi 600 heridos.

A la vista de los graves acontencimientos, todas las tropas españolas se repliegan hacia Melilla para defenderla. A mediados de agosto hay en la ciudad más de 35.000 soldados y un gran número de piezas de artillería. A fines de ese mes de agosto se reanudan los combates, ahora con clara superioridad española. Y a fines de año se había conseguido la total pacificación del Protectorado.

En la Guerra de África, el desatre del Barranco del Lobo está considerado como una de las más sangrientas derrotas sufridas por el ejército español.


Cide Hamete

Post-Scriptum: No me gusta escribir sobre las derrotas, pues ya hay muchas personas que no se cansan de recordarnoslas. Prefiero escribir sobre victorias, que en los últimos 500 años hemos tenido muchas.

Pero en el fondo todo es lo mismo, los hombres luchan y mueren sin saber, o lo que es peor sabiendo, que son manipulados por una caterva de indeseables que sólo piensan en el vil metal.

Así que quiero rendir mi personal homenaje a todos aquellos hombres que luchan por su Patria, dando lo mejor de sí mismos.

lunes, 26 de julio de 2010

Pedro Navarro. ¿traidor a España?

Empezamos con una biografía de esas que Hollywood convertiría en, al menos, tres películas; o la HBO en una serie de tv de muchas temporadas.

Pedro Navarro, cántabro y español, muerto como leal súbdito francés


Hoy en día sería tachado de traidor a su Rey, pero a fines del s. XV estaba reconocido el derecho de un noble a desnaturarse de su soberano, poner su espada al servicio de otro y hacer armas contra su antiguo señor. Va a ser esa época -reinado de los Reyes Católicos- cuando comienza a crearse un sentido de patriotismo que llegará hasta nuestros días.

Se le ha hecho nacer en Vizcaya e, incluso, Navarra, pero parece claro que nació cántabro, aunque se trasladó pronto a la ciudad de Sangüesa, en Navarra, donde trabó amistad con mercaderes genoveses. Él mismo contó al historiador Paulo Jovio que, cansado de navegar por los mares de Vizcaya, marchó a Italia donde se acomodó como mozo de espuela del cardenal Juan de Aragón. A la muerte de éste -1485- fue a tomar parte en la guerra de Lucca, contando unos 25 años, por lo que se sitúa su nacimiento hacia el año 1460.

Génova y Florencia se enfrentaban en los campos de Lucca desde 1484 disputándose el castillo de Serezanello. Navarro militaba como simple soldado de infantería, no sabemos en que bando. Aquí nos encontramos con un problema habitual con los cronistas de la época; pues Hernando del Pulgar nos cuenta que en 1487, casi en los mismos días, Vélez-Málaga se rendía a los RRCC, poniendo estos de alcaide del castillo de Bentomiz a Pedro Navarro.
Al poco aparece de nuevo en Italia dedicado al corso. El Senado veneciano determina su busca y captura con el fin de evitar que siguiera sus aventuras y daños contra la República. Sin resultados positivos para los venecianos.

En 1499 está alistado en el ejército del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, creador de los tercios españoles que dominarían el combate durante 150 años. Este mismo año, 1499, Luis XII había sucedido a Carlos VIII de Francia. La poca resistencia que encontró en Génova y Milán le persuadieron de la facilidad de conquistar Nápoles, pero chocaría con la estrategia de Fernando el Católico, primero con negociaciones -Fernando fue el creador de la escuela diplomática española y el primer rey europeo en tener embajadas estables en los principales países- y luego proponiéndole el reparto de aquel reino – Tratado secreto de Granada, 1500-. Al año siguiente, el Gran Capitán está apoyando a los venecianos contra los turcos en la conquista de Cefalonia -frente a Lepanto-; las negociaciones entre Fernando y el francés no iban bien y se remitió la decisión del conflicto a las armas.

Gonzalo de Córdoba, sabedor de su inferioridad numérica, determinó situar sus tropas en puntos estratégicos, repartiendo el mando entre sus capitanes. A Pedro Navarro, a quién tenían en grande opinión de soldado, le encargó la defensa de Canosa; ante los numerosos asaltos y superioridad numérica, hubo de rendirse con honrosas capitulaciones.

Pasó a proteger Taranto (Torrento). Se apodera de Castellaneta, entra en Asti y luego en Francavilla y participa brillantemente, bajo el mando del Gran Capitán, en la toma de Ceriñola y su castillo. Conseguir Nápoles en mayo de 1503 fue casi un paseo militar y el éxito llevó consigo el triunfo de la flota aragonesa. Los franceses habían dejado atrás fuertes guarniciones para entretener la defensa. Por esta razón se encarga a Pedro Navarro el sitio de Castelnuovo, junto al puerto de Nápoles. Pronto se conquista la ciudadela y el castillo. Era tan grande la confianza que el Gran Capitán tenía en Navarro que lo puso a la cabeza de la gente que dejaba en Nápoles, cuando salió a perseguir a los franceses. Tomó Navarro Castel-Ovo, situado en un peñasco aislado en medio del mar y sin otra comunicación por tierra que un puente de piedra.
Decidió Navarro aplicar sus minas en la peña, abriendo un túnel y decidió henchirlo con pólvora y cerrarlo después con un muro muy fuerte, la explosión fue terrorífica, el 2 de julio de 1503 se rindió Castel-Ovo.
Los historiadores italianos contemporáneos dicen que quien le aconsejó emplear minas fue Francisco Jorge, ingeniero de Siena. Los historiadores franceses no dejan duda de que la invención fue española y Navarro el primero en aplicarla en Italia, porque hasta ese momento las minas se limitaban a excavar y entibar con maderos o estacas a medida que retiraban las piedras y, una vez finalizada la operación , se cubrían los postes con una capa de resina u otra materia combustible y se prendía fuego. Cuando se quemaban, el castillo o torreón se hundía. La pólvora nunca sirvió para tal fin hasta que Navarro la usó en Nápoles.

Navarro y sus hombres, enriquecidos por el pillaje, se unieron al Gran Capitán. Se suceden el sitio de Gaeta y la toma de Monte-Cassino. Y la batalla de Garellano.

Pacificado el reino de Nápoles y publicada la paz con Francia el 25 de febrero de 1504, el Gran Capitán recompensó a quienes le habían ayudado en la empresa: a Pedro Navarro le concedió la ciudad o villa de Oliveto, en el Abruzzo, con su condado. El Rey Católico ratifica la posesión de este título para él y sus sucesores.

A la muerte de Isabel, 26 de noviembre de 1504, y la apertura de su testamento, Fernando se aparta de Castilla. Decide ir a tomar posesión del reino de Nápoles -considerándolo dependiente del de Aragón. Es recibido calurosamente, dictando leyes para la pacificación del Reino. Algunos nobles españoles perdieron sus recién ganados títulos que fueron devueltos a los napolitanos. No fue el caso de Pedro Navarro. Fernando volvía a España el 4 de julio de 1507, precediéndole Navarro ocho días antes con la armada de naos y soldados. Ante la muerte de Felipe el Hermoso, Fernando tomará posesión del gobierno de Castilla el 21 de agosto de 1507.

Desde su regreso, el cardenal Cisneros le instaba a la conquista de Orán. El Rey puso a las órdenes de Cisneros naves y galeras del reino y lo nombró capitán general de toda África, puso como lugarteniente general al Conde Pedro Navarro, nombrado maestre de campo general. Esto causaría diversos malentendidos entre los dos, el cardenal quería mandar directamente como Capitán General que era. Superadas las dificultades, salió la expedición el 16 de mayo de 1509, al día siguiente llegaron a Mazalquivir, gran puerto del Mediterráneo cercano a Orán, en poder español.

Una vez desembarcados, se pudo disuadir al Cardenal de dirigir el ataque montado en una mula y revestido de los ornamentos arzobispales y con una cruz delante, el Conde de Oliveto marchó a tomar la sierra existente entre Mazalquivir y Orán, mientras las galeras bombardeaban las murallas de la ciudad. La conquista se verificó el 27 de mayo con aparente facilidad.

Por orden real se encargó a Navarro el gobierno de Orán como capitán general, le duró poco este mando. El 30 de noviembre de 1509, apenas seis meses después, partió de Orán llevando 5.000 hombres y rumbo secreto.
La expedición resultó ser contra Bugía (Bugeija), llegaron ante los muros de la ciudad el 5 de enero de 1510. Los defensores pensaban que Navarro sólo deseaba saquear la ciudad, por lo que la defensa no fue notable, abrieron las puertas a los cristianos. Navarro se mostró muy político con el bey Abderramen. Consecuencia de esta victoria fue que el 31 de enero de 1510 se rindió Argel y se firmó un pacto, Navarro se obligaba a conservar las leyes, privilegios y tributos y los argelinos se reconocían vasallos y tributarios del rey de España, poniendo en libertad a numerosos cautivos cristianos.

Muley Yahya, bey de Túnez, al ver los triunfos de Navarro se ofreció como vasallo del Rey Católico. Igual hicieron otras ciudades próximas. Al mediar el año 1510 toda la costa africana hasta el reino de Túnez estaba sometida a las naves y ejércitos de España.

El 7 de junio Navarro volvió a Nápoles para recoger municiones y víveres, donde se unió a galeras de Nápoles y Sicilia, poniendo rumbo a Trípoli. Era esta una ciudad rica, famosa por su comercio con Asia e Italia. Situada en un llano arenoso y rodeada por el mar en su mayor parte, tenía buenas murallas, numerosas torres y baluartes fortificados provistos de artillería. Ofreció una tenaz resistencia, pero fue tomada el 25 de julio de 1510, en una sola jornada.

Esta extraordinaria victoria se vio contrarrestada por un desastre. El capitán general, D. García de Toledo, heredero de la Casa de Alba, con gran temeridad y desoyendo los consejos de Navarro, intentó un desembarco en la isla de Gerbes (de los Gelves). Los moros reaccionaron con gran fuerza, lo que originó una tremenda derrota, en la cual murió el mismo D. García. La desbandada fue tremenda, Pedro Navarro se vio impotente para contener a los cristianos, a duras penas pudo llegar a su nave. El desastre de los Gelves no sólo interrumpió la expansión española en el norte de África sino también la carrera de Pedro Navarro.

Fernando le ordenó llevar los restos de su armada a Nápoles, pues había firmado una Liga con el Papa y los venecianos contra Francia (octubre de 1511). El Rey estuvo muy inclinado a dar a Pedro Navarro el mando del ejército, pero no se atrevió por el poco esplendor de su nacimiento, pues aunque los españoles le obedecerían, dudaba mucho que los principales venecianos y de la Santa Sede lo hicieran. Se le dio el cargo de capitán general de la infantería.

En la batalla de Rávena -11 de abril de 1512- cuando estaba cubriendo la retirada al mando de la retaguardia, fue reconocido y hecho prisionero. Aunque los franceses quedaron dueños del campo de batalla, perdieron más gente que los españoles. Los historiadores franceses refieren la vergonzosa fuga o retirada de gente de armas que, no obstante blasonar su alto origen, dejaron al Conde de Oliveto prácticamente abandonado en el campo de batalla. En la Corte española, donde la envidia nunca faltaba, aún se le hacía responsable del desastre de los Gelves, acusándole de traición y cobardía, especialmente el Duque de Alba, sin duda para disculpar la conducta de su hijo.

Navarro fue llevado prisionero a Bolonia, junto con el cardenal y legado papal Juan de Médici, también cautivo. En términos generales el intercambio de prisioneros estaba claramente regularizado. Por ejemplo, por infante o peón prisionero se daba por rescate la paga de un mes; por el hombre de armas, la de tres meses; de seis meses por el capitán de infantería y alféreces; por el capitán de una banda de caballos, la paga de un año; por los capitanes y aventureros de clase nobiliaria, no había rescate estipulado, quedando al arbitrio de cada general.
Pero en la batalla de Rávena, el rey de Francia ordenó que no se soltase a ningún prisionero de nombre reconocido sin consultar directamente con él. Pedro Navarro fue retenido, pidiéndose por él 20.000 ducados de rescate. Carecía de ellos – su condado de Oliveto le reportaba 500 ducados al año- en consecuencia hubo de ir prisionero al castillo de Loches, en el interior de Francia.

Al cabo de un año de prisión podía creerse que el Rey Católico había olvidado a Navarro. Está probado que no era así, en las instrucciones particulares que dio al embajador en Francia para tratar sobre la paz aparecía no sólo como punto político la libertad de Navarro, sino como de rigurosa justicia. Pero la paz no llegó a tener efecto.
Paralelamente Navarro se dirigió a su antiguo compañero de prisión, Juan de Médici, ahora libre y pontífice -León X- para que este intercediera ante el rey de Francia. Pero ningún efecto hicieron las misivas papales. Estaba claro que la libertad del Conde dependía esencialmente del dinero, que él no tenía y nadie ofrecía por él.

Muere Luis XII de Francia, 1515, y le sucede Francisco I, en cuyo ánimo está dominar Italia. Pedro Navarro fue mandado llamar por Francisco I ofreciéndole altos cargos militares y el pago de su rescate. Y es partir de este momento cuando se inician las controversias históricas sobre la actuación de Navarro, pues para algunos historiadores fue el Conde quien se ofreció al francés sin condiciones. Sí es cierto que Navarro mandó a Fernando su solemne renuncia, por escrito, del condado de Oliveto y demás feudos en Nápoles. Solicitaba al rey Fernando que le alzase el juramento de fidelidad que le debía para poder servir al francés. Fernando, siempre diplomático, trató de atraerse nuevamente a Navarro, incluso ofreciéndose a pagar los 20.000 ducados del rescate. Las diligencias del Rey Católico no dieron fruto y Pedro Navarro se puso al servicio de Francia, aunque no sin cierto pesar, confesó a fray Alonso de Aguilar: “ahora me parece estoy más preso e captivo que antes”.

Nos encontramos a Pedro Navarro en la batalla de Mariñano y más tarde en una de sus más sonadas conquistas, la de la fortaleza de Milán a los 30 días de sitiada.

Al firmar la Paz de Noyons, 13 de agosto de 1516, y encontrándose ocioso, volvió a su antigua profesión de marino, juntando en Marsella una armada de 16 galeras con escogidos soldados. No se sabe si lo pagaba secretamente el rey de Francia o bien pensaba dedicarse al corso. Hay quién afirma que trataba de sublevar Nápoles en favor de los franceses.

A la muerte de Fernando el Católico, Carlos sucedió a su abuelo por la demencia de su madre, y a la muerte de Maximiliano, fue nombrado Emperador, 28 de junio de 1519. Pedro Navarro pidió a su antiguo compañero de prisión, el Papa León X que mediase para reconciliarse con el rey de España. Las negociaciones no fueron favorables.

En 1522 tenemos noticias de la actividad de Pedro Navarro en Italia luchando en Milán, y siendo derrotado por los españoles. Ante esta victoria, estos se dirigen hacia Génova, cayendo ésta en sus manos. Navarro llegó en auxilio de los franceses con tres galeras y una nave, pero fue apresado por los españoles, coincidió con el Dux de Génova también apresado. Fueron llevados a Nápoles, y fueron encarcelados en Castlenuovo, aquella fortaleza que Pedro Navarro asaltó en 1503. Pasaría algo más de cuatro años preso.

El 24 de febrero de 1525 tuvo lugar la batalla de Pavía, brillantemente ganada por los españoles, y donde caería prisionero de un capitán vascongado el rey Francisco I. En enero de 1526 en el Tratado de Madrid se estipularon las clausulas por las que el rey francés quedaría libre junto con diversos prisioneros, además de renunciar a sus pretensiones sobre Nápoles, Milán, Génova y otras plazas. Navarro salió libre y sin condiciones.

Como siempre ocurría, y seguiría ocurriendo, en Europa, al tener tanto éxito el Emperador, se formó una coalición contra él, integrada por el Papa, los venecianos, el Duque de Milán, Florencia y Francia, llamada Liga Clementina. Las armadas enemigas se enfrentaron a la altura de Capodimonte. El ejército imperial, formado en su mayoría por protestantes alemanes y suizos, entraba a saco en Roma el 6 de mayo de 1527. El Papa tuvo que correr, literalmente, a refugiarse en Sant'Angelo. Francisco I, pretextando su liberación, mandó 10.000 soldados a Italia bajo el mando de Pedro Navarro. Iban a apoyar a las tropas francesas que luchaban contra los imperiales en la península itálica.
Capituló Génova ante los franceses, entrando Navarro en el castillo que antes le había visto prisionero. A continuación, realizó un finta sobre Milán y se dirigió contra Pavía, que se rindió y sufrió un fuerte saqueo. Después se dirigieron a las afueras de Roma para liberar al Papa de su fortaleza-prisión de Sant'Angelo. El Papa se escabulló por la noche, 8 de diciembre de 1527, y se unió con el capitán general francés Lautrec.

Según iba pasando el invierno, los franceses se desplegaron por la campiña con destino a Nápoles, adonde llegaron el 9 de abril de 1528. Los sitiados andaban escasos de provisiones, pero también en el campamento francés faltaba el agua, pues la caballería de los imperiales hacía incursiones arrebatándoles los víveres. Las enfermedades, especialmente la peste, abundaban en el bando francés, y aumentaron durante el verano. De los 25.000 infantes que habían ido a Nápoles no llegaban, a fines de julio, a 4.000 en estado de combatir.
El almirante Andrea Doria, genovés, se pasa al bando imperial con sus galeras dejando de bloquear Nápoles. Los imperiales pasaron prácticamente de ser sitiados a sitiadores. La moral francesa cae por los suelos al morir el capitán general Lautrec, deciden retirarse hacia Averssa, cercana a Nápoles.
En la retirada, los imperiales salieron en su persecución. En una vereda de montaña una patrulla de caballería albanesa se topó con Navarro quién iba enfermo en una litera. Fue llevado a Nápoles, anciano y enfermo lo alojaron en casa del capitán albanés Socallo, que fue su apresador, y obtuvo como premio un castillo en tierra de Otranto. Navarro pidió ser trasladado a Castelnuovo, cuyo castellano había combatido contra él en Brescia, aún así éste le acogió con amable hospitalidad.

Llegaron órdenes del emperador Carlos V para ejecutar a los enemigos, el castellano Icart, tal vez por respeto a la figura de Navarro, “hizo detener al verdugo algún tanto y que la ejecución se dilatase, dio con eso lugar a que Navarro, que ya estaba muriéndose de enfermedad, muriese naturalmente de allí a poco y de sus resultas.”.
También en este punto hay múltiples versiones para la muerte de Pedro Navarro. Desde que fue ahogado con mantas y cobertores, hasta que le dieron garrote por orden directa de Carlos I. Hay quién dice que se suicidó.

No se ha fijado con exactitud la fecha del fallecimiento, pero probablemente aconteció en los últimos meses de 1528 y a los 68 años de edad, si como supusimos que nació en 1460.

Y aunque estamos en España, la envidia no triunfó al fin.

Unos 20 años después de su muerte y de la de Lautrec, el virrey de Nápoles, Duque de Sesa y nieto del Gran Capitán, perdonando las miserias humanas y acordándose del genio militar de ambos les preparó unos túmulos de mármol, uno frente a otro, en una capilla propia en la iglesia de Santa Maria la Nuova de aquella ciudad.

Los cronistas de la época reconocen que fue un hombre recto y de conciencia ajustada, amigo de frailes y devoto como una beata, si algún indicio había de disipación o vicio en su carácter se debía a la corrupción de Italia y a la soltura militar del momento. El propio Rey Católico le llamó en alguna ocasión “buen cristiano”, y el Papa León X se refirió a él como “varón de admirable piedad y religión, de grandes y esclarecidos servicios a la república cristiana”

jueves, 22 de julio de 2010

Nuevo Logo

Hola a todos

Casi se han acabado las vacaciones. El lunes vuelvo al trabajo,...., bueno, vuelvo a IR al trabajo. Que no es lo mismo.

Los habituales habreis visto el cambio de logo. Ha sido un regalo de José Miguel, un buen amigo diseñador gráfico.
He ido recopilando algunas historias para poner en este nuestro blog, sigan atentos a sus pantallas

martes, 13 de julio de 2010

Descanso estival

Que pijo queda.

Pues eso, nos vamos de vacaciones. Y como buenos sevillanos, nos vamos a la playa. Específicamente la playa de Rota.

Estaré desconectado hasta primeros de Agosto. Que nos venimos para Sevilla a disfrutar de la caló.

Asi que no habrá ninguna actualización hasta los primeros días del mes del Dios Augusto.

Saludos

Cide Hamete

martes, 6 de julio de 2010

El pasado era una mierda.

Copiado sin ningún pudor de la estupenda página:

http://lapizarradeyuri.blogspot.com/2010/03/el-pasado-era-una-mierda.html


Nunca existió una Arcadia feliz.

No es poca la gente –incluso gente muy joven– que sustenta la idea de que existió un tiempo en el pasado donde la gente vivía felizmente, hasta libremente, en una especie de mundo bucólico y sencillo sin las preocupaciones, presiones y condicionantes del presente. Unos pocos (cada vez menos) siguen creyendo que todo tiempo pasado fue mejor, mientras otros consideran que en algún punto de nuestra historia existió una época dorada, un paraíso terrenal estropeado por nosotros mismos, por nuestra codicia, nuestra cerrazón o nuestra maldad. Algunos aprovechan para arrimar el ascua a su sardina política, tratando de asimilar ese periodo arcádico a algún momento del pasado en que sus ideas eran dominantes; la mayoría, se limitan a referirse a él como un modelo ideal hacia donde deberíamos caminar, pero no lo hacemos por ambición, ceguera y orgullo.

Disiento profundamente de todos ellos. Más allá de vanos idealismos, el pasado era un lugar donde ni tú ni yo querríamos permanecer más de una semana, en plan turista temporal, ni por asomo. Ni por broma, vamos. El pasado era un lugar horrible para vivir, un tiempo de mugre, piojos, dolor de muelas, tiranía, superstición, ignorancia, plagas, niños muertos y mamás adolescentes muertas con ellos. El pasado era una mierda.

Vidas breves.


Hasta la llegada de la medicina moderna, la tasa de mortalidad infantil en todo el mundo oscilaba entre el 20% y el 30%, llegando al 40% en épocas de hambruna, guerra o plaga. Estas cifras se mantuvieron así hasta entrado el siglo XX en lugares de orden social tradicional donde la ciencia médica tardó en penetrar. Las causas más frecuentes eran las infecciones otorrinolaringológicas, la difteria, el sarampión, la viruela y la rubéola, con ayuda de la anemia. Me gustaría que reflexionaras un instante sobre esta cifra. Uno de cada cinco niños nacidos vivos no llegaba a la adolescencia en el mejor de los casos, y normalmente uno de cada tres. Esta es una cifra peor que la del peor infierno del Tercer Mundo presente, donde al menos llega algo de penicilina y algunas vacunas de vez en cuando.

Vamos a expresarlo gráficamente. Toma una hoja de papel y escribe en ella los nombres de diez niños que conozcas. Ahora tacha dos. O tres. O hasta cuatro, en un año malo. Ese era el riesgo de nacer hasta aproximadamente la segunda mitad del siglo XIX en el mundo más desarrollado, y mediados del XX en el resto. Un motivo central de la tendencia a tener muchos hijos presente en todas las culturas es que al menos un porcentaje de ellos sobrevivieran para mantenerte cuando fueras viejo, antes de que existieran las pensiones de la Seguridad Social.


Si lograbas sobrevivir a estas tasas de mortalidad infantil, causadas por la poca diversidad y seguridad alimentaria, la falta de higiene y asepsia y la ausencia de antibióticos y vacunas, entonces era posible que llegaras a vivir hasta los 60 o 70 años; incluso, en algunos casos, hasta avanzada edad. Pero si eras chica, tus probabilidades de que tal cosa sucediera sufrían un nuevo hachazo: las probabilidades de morir en el parto oscilaban entre el 1% y el 40%, normalmente de hemorragia, obstrucción o fiebre puerperal, cuando no de aborto casero. Esto es, a partir de los 12 o 13 años, en cuanto llegaba la pubertad, porque eso de empezar a reproducirse con 18 o más años es otra modernez, una excepción en la historia humana que habría hecho mearse de risa a nuestros antepasados. Menudas viejas, dirían.

Hablando de chicas, el pasado fue un mal momento para nacer con una raja entre las piernas. Ya te digo yo que esas idílicas sociedades matriarcales bajo la tutela de la diosa Gaia que pretenden algunas (y algunos) jamás existieron. En las menos patriarcales y machistas de todas, a lo mejor que podías aspirar era a pudrirte a la misma velocidad que tus hermanos, pero además, pariendo hijos. Lo más normal es que fueses alguna clase de propiedad de los hombres de tu familia, en distintos grados de sumisión. No hay ningún indicio de que las amazonas fuesen mucho más que una fantasía erótica de los escritores griegos, inspirada en mujeres guerreras –de eso siempre ha habido en mayor o menor medida–, pero jamás hubo ninguna sociedad amazónica. Y la diosa esa tan enrollada, según donde te pillase, igual esperaba que le sacrificases algún hijo. O hija.

Si sobrevivías a la infancia y no te mataba la guerra o la peste o la fiebre puerperal o cualquier mal aire, es posible que vivieras un buen puñado de años. Cómo los vivirías es otra cuestión.

Piojos, malaria, tos sangrienta y dolor de muelas.


Se oye con frecuencia que la caries es una enfermedad de la civilización, vinculada a las dietas que asumimos cuando inventamos la agricultura y nos sedentarizamos. Es cierto que la agricultura y la sedentarización, aunque dieron lugar a las civilizaciones, fueron una muy mala idea para quienes las padecieron: la esperanza de vida media de 33 años que habíamos gozado cuando éramos nómadas, en el Paleolítico Superior, colapsó a menos de 30, más bien 25 o 28 y a veces 18, como en la Edad del Bronce. Es incluso probable que las poblaciones nómadas tuvieran que ser sometidas y sedentarizadas por la fuerza, como siervos o esclavos agrícolas, a manos de los aspirantes a convertirse en reyes y emperadores. Otros creen que el proceso pudo ser más voluntario, cambiando una mayor seguridad en el suministro alimentario por un empobrecimiento se su variedad y una menor esperanza de vida. Ocurriera como ocurriese, hacinarse en esas marismas insanas que llamamos tierras fértiles empeoró la mortalidad y la calidad de vida de casi todo el mundo, hasta aproximadamente el siglo XX.

Pese a ello, la caries no es estrictamente una enfermedad de la civilización relacionada con esta menor variedad alimentaria de las comunidades sedentarizadas, como se ha dicho muchas veces. Y no lo es porque está presente en numerosos cráneos recuperados de periodos anteriores, como el Paleolítico; incluso se ha encontrado en dientes del neandertal. Sin embargo, su incidencia era mucho menor. La caries, ciertamente, se multiplicó y agravó enormemente durante el Neolítico, con la agricultura y la sedentarización.Y nadie sabía cómo combatirlas, porque para comprender la necesidad de la higiene bucal (en realidad, de cualquier clase de higiene) hay que comprender primero la teoría de los gérmenes. La única posibilidad era arrancar el diente, pero quedarse desdentado en aquellos tiempos tampoco era una idea muy buena, así que muchas veces se retrasaba hasta que dejaba de doler, conduciendo a infecciones maxilares mucho más severas. La historia de la humandidad es una historia de gente desdentada, con constantes dolores de muelas y graves abscesos faciales, a la que el aliento le olía peor que una alcantarilla. Sin analgésicos, ni antibióticos, ni nada parecido a la cirugía dental y maxilofacial contemporánea.


Nómadas o sedentarios, los piojos vienen acompañándonos desde que surgimos, y despiojarse mutuamente ha sido una de las actividades familiares y sociales más corrientes hasta el surgimiento de los actuales tratamientos quimicos. La familia que se despioja unida permanece unida, o algo así. El caso es que hemos vivido siempre comidos por los piojos, al menos en los lugares con pelo abundante; llamamos ladillas a los que se dan en el vello púbico. Para terminar de arreglarlo, la invención de la ropa permitió la evolución y especialización de una tercera clase de estos parásitos, el piojo corporal, que se nos come de cuello a pies. A diferencia de los dos primeros, incapaces de transmitir ninguna enfermedad en particular más que las molestias cutáneas asociadas a su presencia (picor, irritación, con consecuencia de insomnio y debilidad), este último es un vector conocido del tifus, la fiebre de las trincheras y la borreliosis. Las pieles y ropas resultaron ser un gran avance para... las epidemias.

Otra consecuencia perversa de la sedentarización fue el surgimiento de la tuberculosis, en este caso gracias a un bacilo frecuente en la ganadería. Probablemente se trate de la primera enfermedad de que tuvimos consciencia como un estado específico: en Egipto ya tenían hospitales especializados en su tratamiento allá por el 1.500 a.C. Con dudoso éxito, pues parece que tanto el faraón Akenatón como su esposa Nefertiti murieron por causa de la tisis, su nombre tradicional en castellano; si unos emperadores considerados como dioses morían así, puede imaginarse lo que esperaba al pueblo llano. En la India, los brahmanes tenían prohibido casarse con ninguna mujer cuya familia tuviera un historial de tuberculosis, lo que tampoco resultaba muy eficaz. En Europa, el tratamiento más avanzado consistía en una imposición de las manos del rey, con el resultado que cabe suponer. Paracelso, en otra de sus chaladuras –el mérito de Paracelso no está en lo que creó, sino en lo que destruyó: las supercherías aún mayores de su antepasado Galeno, el de las sangrías–, opinaba que la tuberculosis se debía a algún órgano incapaz de cumplir adecuadamente sus funciones alquímicas, ni más ni menos. Durante el siglo XIX, la llamada Peste Blanca se comía a las jovencitas y no pocos jovencitos y no tan jovencitos por millones, dando lugar a uno de los temas más característicos en el Romanticismo. Tuvo que venir Robert Koch a decirnos que se trataba de un microbio, y únicamente entonces fuimos capaces de combatirla.


La malaria es otra vieja compañera, sólo recientemente erradicada en los países desarrollados, vinculada también a las aguas estancadas y sus mosquitos, los campos de cultivo y la sedentarización. En la Roma clásica, la malaria, la tuberculosis, el tifus y la gastroenteritis se ventilaba cada año a unos 30.000 ciudadanos en los meses enfermizos de julio a octubre. Por no mencionar la tiña u otros males comunes (e incurables) en su tiempo, incluyendo, por supuesto, las enfermedades venéreas de la Antigüedad, que ya te puedes imaginar cómo iba el tema.

Las alternativas para nuestros antepasados eran simples. O permanecer como nómadas cazadores-recolectores, atrapados en el primitivismo Paleolítico y cada vez más rechazados y expulsados por las comunidades sedentarizadas, o sumarse a la sedentarización total o parcialmente, convirtiéndose en súbditos, cuando no siervos y esclavos, de las civilizaciones agrícolas y ganaderas en ascenso.

Inseguridad alimentaria.


Por otra parte, ni nómadas ni sedentarizados tenían garantía alguna sobre la seguridad de su comida y su agua. Las comunidades nómadas eran pequeñas y dispersas porque dependían de lo que la tierra quisiera dar, imposibilitadas para evolucionar y desarrollarse. Las comunidades sedentarias no sólo produjeron durante largo tiempo comida abundante pero poco variada y de ínfima calidad, sino que estaban sometidos a toda clase de plagas y putrefacciones. Esas estupendas mazorcas de maíz, ese trigo perfectamente seguro o esa carne con garantías veterinarias son el resultado de generación sobre generación de hibridaciones, cultivo selectivo y progresos en las ciencias agropecuarias y médicas. En el pasado tenían que apañarse con cosas más parecidas al farro, la escaña y la cebada, que son básicamente un asco como alimentos (cuando no lo que ahora llamamos mala hierba), y con carnes y pescados obtenidos y conservados de maneras realmente creativas. En la imagen puedes ver cómo era el trigo antiguo (derecha) en comparación con el moderno (centro e izquierda).

Hoy en día nos quejamos de que a la comida y al agua le echan cosas y de que es todo artificial. Lamentablemente, las alternativas son el cólera, la gastroenteritis, el carbunco (ántrax), la triquinosis, la salmonelosis, la listeriosis, el botulismo, el síndrome de Guillain-Barré, la gangrena gaseosa, la hepatitis, la diarrea mataniños y otras delicias por el estilo que en el pasado constituían una permanente ruleta rusa. Las epidemias de los cultivos y el ganado no sólo los mataban, provocando constantes hambrunas, sino que incluso cuando no los mataban podían contaminarlos de manera invisible para un mundo sin microscopios. Son especialmente curiosos los casos de ergotismo, un hongo de los cereales con efectos muy parecidos al LSD, que además pasa a los bebés mediante la leche materna.


La potabilidad del agua merece párrafo aparte. Antes de que aprendiéramos a separarla de las aguas fecales y echarle cloro y otros productos químicos, beber agua era tan peligroso como una caja de bombas. De hecho, la gente, si podía evitarlo, no bebía agua. Ni tampoco mucha leche, excepto la materna, pues antes de que aprendiéramos a pasteurizarla (por si no te has dado cuenta, pasteurizar viene de Luis Pasteur, el padre de la microbiología moderna) provocaba masivamente tuberculosis bovina, neuropatía inflamatoria desmielinizante, enteritis, carbunco (ántrax) y demás. Así pues, hasta los niños bebían vino, cerveza o aguardientes si podían permitírselo, que no eran mucho más seguros pero un poquito sí, por la presencia de alcohol: el alcohol es un conocido antiséptico.


Por cierto. Para comer mínimamente bien había que ser rico. Pero rico, rico de narices. La comida era muy cara de producir, conservar, transportar y comercializar, y estaba sujeta a numerosos imprevistos. El precio del pan fue una cuestión de estado durante milenios, sabiendo que un aumento excesivo debido a la escasez o la especulación podía ocasionar revueltas y subversión, dado que la gente no tenía mucho más para comer. Libros revolucionarios clásicos como La Conquista del Pan del anarquista Pyotr Kropotkin, o incluso textos como el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o el mismo Sancho Panza en el Quijote nos transmiten una idea de lo muy complicado que era alimentarse para la gente de a pie, y la miseria general en que vivían. Con frecuencia, una familia no podía pagarse las calorías necesarias para alimentar a todos sus miembros; hacerlo de forma saludable o al menos variada era una fantasía de aristócratas, arzobispos, reyes y papas. Estar gordo era la moda y el referente estético de belleza y éxito social, porque sólo los muy adinerados y poderosos podían permitírselo; las personas corrientes estaban flacas como espartos por simple desnutrición y exceso de trabajo físico. Estar flaco era cosa de pobres. Ahora son los pobres los que están gordos, al menos en el mundo desarrollado, debido a la mala nutrición pese al exceso de calorías; y los más acomodados pueden permitirse alimentos, cuidados y tratamientos que les permiten... estar delgados.

Mugre, ignorancia, superstición, tiranía.


El pasado era un sitio sucio y maloliente, con ratas y parásitos por todas partes. Donde había alcantarillado, solía estar abierto; sólo los ricos podían pagarse termas, baños y cosas por el estilo. En la mayor parte de lugares, la higiene era un concepto desconocido e innecesario, porque no sabíamos nada de microbios.

Qué demonios. Éramos ignorantes como piedras: una turba vil y analfabeta presa de tiranos, demagogos, clérigos, santones y toda clase de supersticiones. La alfabetización era un secreto gremial de escribas, monjes y sabios; la mayor parte de la gente no sabía leer o escribir ni su propio nombre y no digamos ya cualquier rudimento de cultura general. Los niños no comenzaron a ir a la escuela sistemáticamente hasta mediados del siglo XIX. Hasta los nobles, y a veces los reyes, eran más brutos que sus caballos. El príncipe del cuento era un asno palurdo y brutal. Y el venerable sabio local, un analfabeto desdentado y maloliente, supersticioso y machista hasta el ridículo que se lo pasaba pipa cuando mandaban brujitas guapas a la hoguera. Las brujitas y en general cualquier hembra, por su parte, tenían exactamente las mismas luces que un trozo de carbón en una habitación a oscuras. En cuanto a los niños, no eran más que una boca que alimentar, una carga tratada a palos que ocupaba el último lugar de la casa, frecuentemente por debajo del ganado en el orden social. Eso de protejamos a los niños es otra modernez buenista; en el pasado, nadie habría puesto a un niño por encima de un adulto capaz de ganarse su propio pan. En cuanto a las niñas, si no te violaban de pequeña era sólo por respeto al honor de tu padre, suponiendo que tu padre fuera hombre libre y ya hubiéramos llegado a ese grado de civilización. Si naciste esclavita, o en una sociedad que no hubiera alcanzado ese punto, mejor no te lo cuento.

En un mundo así, toda clase de supercherías, miedos, religiones y tiranías calaban sin más en amplias masas sociales, desprovistas de las más tenues bases intelectuales para desafiarlos. La forma común de gobierno era garrotazo y tentetieso. No existía nada parecido a la justicia; la idea de que tuvieran que juzgarte con un juez imparcial y un abogado defensor bajo el imperio de la ley sólo se extiende al pueblo a partir de los procesos revolucionarios del siglo XVIII. La vendetta y la ordalía eran formas de justicia común, así como castigar hasta los delitos más leves con tormentos infames. Para los partidarios de volver al endurecimiento de las penas, recordaré que hubo un tiempo en que podían desmembrarte en la rueda hasta por robar gallinas, sobre todo si el dueño de la gallina pertenecía a las castas superiores, y nunca dejó de haber ladrones, violadores o asesinos. De hecho, había muchos más que ahora: la miseria, el hambre, la opresión y la incultura propulsaban constantemente a grupos de población hacia la delincuencia, desde el pequeño robo hasta el bandolerismo y la piratería. En realidad, no había justicia ninguna, en el sentido actual del término: sólo la voluntad de los poderosos.

Hay quienes, por absurda idealización, creen que estos mundos del pasado podían ser mejores que el mundo presente. No lo fueron, jamás lo fueron: para la inmensa mayoría de quienes vivieron allí, constituían un infierno sólo aceptable porque no conocían nada mejor y porque creían a machamartillo en paraísos religiosos. Pero si a cualquier padre o madre del 300.000 a.C., del 30.000 a.C., del 3.000 a.C., del 300 a.C., del 300 d.C., y hasta del 1.900 d.C., le hubiesen dicho que llegaría un tiempo en que podría llevar a su hijo enfermo a un hospital con médicos científicos, antibióticos, TACs, analgésicos, de todo, y que luego se lo podría llevar curado a casa para bañarlo con agua calentita que sale de un grifo a precio ridículo –sí, ridículo: la leña y el carbón costaban el sueldo de un mes–, meterlo en una cama sin piojos, chinches o pulgas y darle de comer toda clase de alimentos y agua que no lo pone más enfermo... si hubiera podido comprenderlo, si hubiera podido vislumbrarlo, habría pensado que éste debía ser el paraíso de los dioses benevolentes prometido en sus profecías. Y desde luego habría firmado cualquier cosa con tal de estar aquí, no allí. Aunque no podía. No sabía firmar.

Pese al fatalismo de los pesimistas, la humanidad ha demostrado constantemente su capacidad de mejorar, de evolucionar, de progresar hacia un futuro mejor. Para ello tuvimos que deshacernos de un montón de rémoras del pasado, estudiar profundamente y transformar la realidad de maneras radicales, a veces pacíficas y a veces violentas. Y tendremos que seguir haciéndolo si queremos ir aún a mejor. En todo caso, mereció la pena y sigue mereciendo la pena. Puestos a malas, yo prefiero morir con morfina en el más infame hospital de nuestro tiempo que sin morfina en cualquier palacio de aquella Arcadia infeliz. ¿Y tú?

lunes, 5 de julio de 2010

Pero Tafur

Un hidalgo medieval con pies ligeros

Hacia el año 1436, Pero Tafur era un hidalgo dueño de una gran fortuna material y con gran formación cultural. Residió durante muchos años en Sevilla, aunque no se sabe si nació allí.

Abandonó su vida acomodada para lanzarse a las distancias y recorrer sin descanso Europa, el Mediterráneo y los países del norte de África en cuatro viajes. Dejó para la posteridad un las obras maestras de la literatura de viajes medieval: Las andanzas de un hidalgo español, narrando con un estilo refinado y un explícito sentido del humor sus experiencias.

A pesar de que partió de Sanlúcar de Barrameda en el otoño de 1436, este hidalgo no era embajador ni comerciante sino un entusiasta de la idea de ver mundo, tomó como base la ciudad italiana de Venecia, desde donde inició una obligada peregrinación a Roma, no sin antes visitar Génova y Pisa. En un segundo viaje marchó hacia Oriente embarcado en una nave de peregrinos cuyo destino era la ciudad de Jaffa, en Tierra Santa. Durante tres semanas Tafur se adentró en los santos lugares anotando con fruición cuanto veía, para regresar después a Jaffa y tomar camino hacia Beirut, desde donde embarcó a Chipre. Allí le fue encargada una embajada al sultán de Egipto y desde allí alcanzó el desierto del Sinaí y las orillas del mar Rojo, para regresar a El Cairo y Alejandría y reembarcar hacia Chipre con los resultados de su empresa diplomática, y partir de allí a Constantinopla, no sin antes excursionar a Adrianópolis (enclave fundado por Adriano, el emperador romano nacido en Itálica) o Crimea.
Tras visitar Constantinopla y dar cuenta de sus costumbres, así como de sus monumentos, regresó a Venecia, adonde llegó en el año 1438.



En su libro, Tafur mostró un gran interés por dar a conocer lo “diferente”, realizando comparaciones de ciudades con otras de las que podrían ser mejores conocedores los lectores, en un momento en que esto no era lo habitual entre los escritores de culturas ajenas a la propia. Una de sus intenciones era dar a conocer a las potencias occidentales las costumbres de los pueblos considerados como enemigos de la cristiandad, ensalzando sus labores y logros, pero también deteniéndose en los puntos débiles de los mismos; especialmente en lo concerniente a la organización militar y defensiva, que podría ser en un futuro aprovechados en caso de conflicto armado.

En Ferrara se entrevistó con el papa, al que dio breve cuenta de sus andanzas, para posteriormente visitar al emperador de Constantinopla, que también se encontraba en aquella ciudad italiana. Tafur fue luego a Parma y Milán antes de iniciar un nuevo viaje, el tercero, este con rumbo a los países al norte de los Alpes, una frontera natural difícil de cruzar, en especial en los meses del crudo invierno. Que esta estación no mermó el ánimo del sevillano lo demuestra el hecho que hizo construir un trineo tirado por bueyes. Así, consiguió cruzar el Paso de San Gotardo y llegar a Basilea. Descansó unos días y se dirigió a Estrasburgo y después a Flandes, no sin antes darse unos baños calientes en Baden. Posteriormente acudió a la famosa feria de comercio de Frankfurt y pasó un tiempo en Colonia, de la que dijo que era la ciudad más rica de Alemania. Vuelto a Basilea se dirigió a Constanza y Breslau, con paradas en Ulm y Nüremberg, tras lo cual regresó a Ferrara, haciendo escala en Viena.

Su cuarto viaje y último fue el que supuso su regreso a España, pero no por la vía rápida, pues aún tenía mucho que ver y que anotar. Así que de Ferrara viajó a Florencia, pasando por Venecia, Vicenza y Verona; su curiosidad le hizo detenerse en Bolonia y, de nuevo, en Ferrara, desde donde volvió a Venecia. En la ciudad de los canales esperó durante un mes un embarque apropiado hasta que, al fin, una nave de Sicilia lo llevó por el Adriático parando en todas las ciudades importantes de la ruta comercial hasta parar en Messina, contemplar el volcán Strómboli desde las islas Lipari, rodear completamente Sicilia y toparse con el majestuoso volcán Etna. Malos vientos empujaron su nave hasta África, Túnez, desde donde llegó a la isla de Cerdeña, última etapa, esta vez sí, de su regreso a España.

La línea recta es el camino más corto entre dos puntos, pero como podría decirnos Pero Tafur no siempre es el mejor.