martes, 23 de febrero de 2010

El último viaje de Colón

El 20 de mayo de 1506 moría Colón en Valladolid, ciudad a la que había acudido con la esperanza de mantener una entrevista con don Fernando, rodeado de sus hijos y los parientes más cercanos. Su muerte pasó completamente desapercibida a sus contemporáneos. Según una antigua tradición eligieron los Colón como lugar de sepultura del almirante la iglesia vieja de San Francisco de Valladolid.

Podríamos pensar que este es el fin de la historia, pero estamos hablando del más grande descubridor de todos los tiempos. Así que el descanso eterno no fue fácil ni siquiera 500 años después.

En aquel convento franciscano estuvo depositado el cuerpo de don Cristóbal durante tres años, el tiempo que tardaron sus descendientes en hallar un lugar adecuado para un enterramiento más o menos definitivo en Sevilla.

Primer traslado: De Valladolid a Sevilla

En 1509, la familia decidió trasladar el cuerpo del que ya llamaban el almirante viejo a Sevilla. Para su entierro eligieron la Cartuja de las Cuevas que, además de un lugar religioso, hacía las veces de una caja de depósitos. Al cuidado de fray Gaspar de Gorricio, habían quedado todas las escrituras y los documentos importantes de la familia Colón. El 11 de abril de 1509 se presentó el sobrino de don Cristóbal, Juan Antonio Colombo, ante la puerta de los cartujos, les entregó una pequeña caja diciendo que su contenido “era el cuerpo del señor almirante don Cristóbal Colón”. No sabemos nada sobre como se realizó la inhumación en Valladolid y su traslado hasta Sevilla. Los monjes aceptaron no entregar el cuerpo más que a requerimiento de don Diego. Fue enterrado en la capilla de Santa Ana.

Segundo traslado: De Sevilla a Santo Domingo

Nunca dijo Colón donde quería reposar eternamente, pero parece lógico suponer que deseara que fuera en la isla de sus sueños, en La Española. Siguiendo esa intención de don Cristóbal y el deseo de su hijo don Diego, fallecido en 1526, doña María de Toledo, su viuda, trasladó ambos cadáveres a Santo Domingo en 1544 (esta fecha es la aceptada literariamente pero sin ningún respaldo documental, no figura el traslado de ningún cadáver en la lista de embarque que aportó doña María cuando zarpó para las Indias).

En Santo Domingo se hicieron las exequias, en una caja (como parece normal no se llevaría dos féretros) los dos cuerpos, en la capilla mayor de la catedral, para lo que se había solicitado permiso por la viuda el 2 de junio de 1537 (siete años antes).

Tercer traslado: De Santo Domingo a La Habana

Para los dominicanos esta parte es falsa, aún hoy en día.

Los restos de don Cristóbal y de su hijo Diego, junto a los de otros miembros de la familia que se fueron sepultando sucesivamente permanecieron en la Catedral de Santo Domingo hasta el 21 de noviembre de 1795, fecha en que tras el Tratado de Basilea, por el que España entregaba su parte de La Española a Francia, fueron trasladados a La Habana.

Cuarto traslado: De La Habana a Sevilla

En la catedral cubana reposó el cuerpo de don Cristóbal hasta 1898. Tras la pérdida de Cuba, el Gobierno español decidió repatriar los restos del descubridor para que descansasen definitivamente en la sede hispalense, donde se enterraron en un monumento situado al lado de la epístola.

Don Cristóbal Colón viajó después de muerto casi tanto como en vida.

La polémica

Tanto trasiego cuadra muy bien al insigne descubridor. Pero ha supuesto una serie de polémicas nacionalistas que han enconado los ánimos de unos y otros. La historiografía dominicana sostiene que los restos del almirante nunca salieron de Santo Domingo y que lo que se entregó a las autoridades españolas fueron otras cenizas; los cubanos insisten en que el cuerpo del genovés aún reposa en su catedral, y los españoles aseguran que lo poco que aún queda de sus huesos está en Sevilla.

En el congreso colombino celebrado en Sevilla en 1988 se propuso que se reúnan los restos contenidos en las tres urnas y que con ellos se hagan tres partes iguales para ser repartidas entre las sedes que se disputan los restos.


Fuente: Consuelo Varela, Cristóbal Colón. De corsario a Almirante, 2005

sábado, 20 de febrero de 2010

El cuarto viaje de Colón

Abril 1502 – Noviembre 1504

Colón no había acreditado la agudeza, autoridad y prudencia de un buen gobernante, pero sus sobresalientes cualidades náuticas permanecían incólumes. Por eso, no nos sorprende que al cabo de un par de años se le autorizase a realizar el que sería su último viaje. El monopolio que el Almirante pretendía sobre sus Indias iba revelando, como resultado de sucesivas exploraciones, una magnitud gigantesca, incompatible con la perpetua soberanía del descubridor de las Antillas, cuyas aptitudes políticas no brillaban a gran altura. Los reyes nombraron a Nicolás de Ovando como gobernador y justicia mayor de las Indias, en sustitución de Bobadilla; los privilegios y derechos de Colón quedaban por el momento suspendidos.

Los fines de la nueva campaña se centraban en la búsqueda de un estrecho al oeste de las Antillas, que sin duda conduciría de inmediato al Asia cercana. Pero los reyes no se olvidaban de acontecimientos recientes: se prohibía a don Cristobal ir a la Española; debería impedir los rescates o trueques privados y no podría tomar esclavos entre los indios. Ya cincuentón, el genovés era un viejo para aquel tiempo, además estaba aquejado por una artritis contumaz; pero aún habría de cumplir como un nauta singular.

La pequeña flota alistada en Sevilla se componía de 4 naves, partían en total unos 140 hombres, incluidos Colón, su hermano Bartolomé, su hijo Diego y algunos criados. Aunque bajaron el Guadalquivir a principios de abril, no partieron de Cádiz hasta el 11 de mayo. Tocaron en Las Palmas de Gran Canaria. Ya era bien conocido el régimen de vientos del Atlántico, lo cruzaron en tres semanas, alcanzando la isla Martinica el 15 de junio. En contra de las órdenes reales, Colón intentó fondear ante Santo Domingo, pretextando ponerse al abrigo de un huracán y reparar una carabela, pero el gobernador Ovando se lo impidió.

Navegó la pequeña flota hasta Jamaica, saltó de allí al grupillo insular de Jardines de la Reina, y el 30 de julio descubría Guanaja, la más oriental de las islas hondureñas de la Bahía. Desde aquí se veían tierras hacia el Sur, donde los indios decían que estaba el rico país de Veragua, Este rumbo fue el tomó quizá empujado por los vientos que venían soportando desde hacía varios días. El 14 de agosto tomó posesión del territorio continental de Honduras y costeó a prudente distancia las tierras de este país, Nicaragua y Costa Rica. El temporal azotaba a los barcos, pero era necesario mantener una constante vigilia para no pasar de largo ante el hipotético estrecho que les llevaría hasta la costa asiática. El almirante iba enfermo y sus hombres agotados por la brega contra los elementos.

A mediados de octubre llegaría el almirante a la panameña Veragua, cuyo título ducal honraría a sus descendientes, y pasó por Portobelo (2 de noviembre) y Nombre de Dios, hasta llegar al pequeño puerto que llamó “del Retrete” (26 de noviembre), actual Puerto Escribano, 20 millas al este de Nombre de Dios; punto extremo de esta campaña. El visible interés de los españoles por las mozas indias desató la hostilidad de los naturales, lo que, sumado a los peligros de una costa sembrada de bajíos, a las inacabables tormentas, la continua visión de los tiburones y a los estragos del hambre, determinó el regreso de los navíos.

El 6 de enero de 1503 tocaron tierra junto a un río al que, por imperativo de la fecha, bautizaron Belén. Allí mismo intentaron una precaria fundación Santa María de Belén, en el que dejaron un destacamento al mando de Bartolomé Colón, tuvo que ser evacuado más tarde (16 de enero) por la constante presión de los indígenas. En este mismo lugar tuvieron que abandonar dos naves muy maltratadas. Con sólo dos carabelas, la flotilla costeó la tierra firme hacia poniente para llegar a Cuba desde la punta de los Mosquitos. Pero ni las naves comidas por la broma ni los vientos les permitieron alcanzar aquella isla a la que Colón seguía considerando una península asiática. El 24 o 25 de junio tuvieron que refugiarse en la bahía de Santa Gloria, hoy de Saint Ann, al norte de Jamaica.

Las dos carabelas estaban en un estado lamentable, el almirante y sus hombres pasaron todo un año en aquel territorio jamaicano sin posibilidades de contactar con naves españolas. Alguien tuvo la idea de habilitar una canoa caribeña para intentar la travesía hasta Santo Domingo, el punto más próximo del que podrían recibir auxilio, Bartolomé Fieschi, Diego Méndez, algún otro español y varios indios se embarcaron en esta aventura y pudieron llegar a Santo Domingo. Pero......

Nicolás de Ovando, el suspicaz gobernador de la isla, se limitó a disponer que un navío se acercase a la bahía jamaicana para observar el estado de los náufragos y conjeturar las intenciones de Colón. Permanecía este medio tullido por la enfermedad y con el ánimo por los suelos tras la sedición que contra él habían encabezado los hermanos Diego y Francisco de Porras, seguida de otra revuelta que promovió el boticario Bernal.

Las desdichas duraron meses y meses, hasta que en una nave enviada desde Santo Domingo, el 28 de junio de 1504 los supervivientes fueron llevados a tierra cristiana. La estancia del almirante en la ciudad fundada por su hermano ocho años antes, no resultó especialmente grata. El receloso gobernador lo vejaba continuamente.

El 7 de noviembre del mismo año concluía en Sanlúcar de Barrameda la última y más triste expedición del gran descubridor. Andaba por los cincuenta y tres años, sólo le quedaban dos escasos para el último viaje.

Bueno, el último viaje no, porque los restos del Almirante de la Mar Océana todavía tenían que viajar mucho.

El tercer viaje de Colón

Mayo 1498 – Noviembre 1500

Pese a una perceptible decepción general, los Reyes Católicos recibieron muy cordialmente a Colón y dejaron que las quejas contra él se desvaneciesen en la cachaza del papeleo. Las cosas de Palacio van despacio no es una frase de nuestros días.

Sus dos hijos fueron nombrados pajes de doña Isabel, se confirmaron los privilegios del descubridor y en abril de 1497 se le autorizó para instituir el mayorazgo solicitado. La boda de los infantes y el recelo de la burocracia impusieron una dilación en los preparativos de una nueva campaña, en la primavera de 1498 estaban las naves aparejadas para partir.

La flota se componía de 6 naves, más dos que ya habían salido para la Española con anterioridad. Las naves se reunieron en Sevilla, bajaron el Guadalquivir y el 30 de mayo de 1498 dio el almirante la orden de levar anclas. La derrota atlántica fue otra vez más meridional que las anteriores. Sin contar la marinería habían embarcado unas 600 personas, entre ellas varias docenas de mujeres dispuestas a casarse con algún expedicionario y a obsequiar al Nuevo Mundo con los primeros criollos.

Tocaron primero en el puerto madeirense de Funchal, para tocar luego en la Gomera e Hierro, desde donde Colón despachó directamente para la Española a tres de sus naves, mientras él, con las otras tres ponía proa al archipiélago de Cabo Verde. De aquí partió el 4 de julio y bajó hasta el 5º de latitud Norte, pero no pudo acercarse más a la línea ecuatorial, que era su deseo, acaso para dar con el Quersoneso Áureo (Malaca).

El 31 de julio la corriente ecuatorial les colocaba ante la isla antillana de Trinidad, frente a las bocas del aún desconocido Orinoco; y el 2 de agosto entraban en el golfo de Paria a través de la boca de la Serpiente, después de advertir el hilo de agua dulce del Orinoco; y tocando por primera vez tierra firme en Sudamérica; llamaron isla de Gracia a la actual península de Paria.

El 13 de agosto navegó Colón a lo largo de la costa venezolana hasta la península de Cumaná, desde donde avistó las islas Margarita, Coche y Cubagua, que se revelaron como fuente de ostras perlíferas. El almirante creía estar en las inmediaciones del mismísimo Edén, pero su precaria salud le hizo aproar hacia la Española para recuperarse.

La situación en la Española era todo lo contrario de paradisíaca. Francisco Roldán, alcalde mayor de Santo Domingo (la segunda ciudad fundada en aquella isla), se había alzado contra el gobernador Bartolomé Colón. El almirante, deseoso de conseguir la paz, ofreció a los rebeldes el retorno a España y hasta el repartimiento de tierras e indios. Una nueva sublevación fue la causa de que don Cristóbal impusiera a los insurrectos graves castigos, incluidas varias penas de muerte. El virrey pidió el envió de un juez y propuso el tráfico de esclavos indios, lo que repugnó a doña Isabel cuando lo supo.

El 21 de mayo de 1499, el comendador de Calatrava don Francisco de Bobadilla recibió nombramiento de juez pesquisidor y gobernador de la Española, pero no llegó a Santo Domingo hasta agosto del año 1500. Su manifiesta hostilidad hacia el almirante llegó al extremo de prender y encadenar a los hermanos Cristobal, Bartolomé y Diego Colón, al tiempo que exoneraba de responsabilidades a los insurrectos. Los Colón fueron embarcados rumbo a España, y cuando llegaron a Cádiz (noviembre de 1500), los reyes ordenaron su libertad y le hicieron ir a Granada, donde le recibieron con la acostumbrada cordialidad, dispusieron la restitución de sus bienes, pero guardaron silencio en cuanto al restablecimiento de sus cargos y privilegios.

martes, 16 de febrero de 2010

El segundo viaje de Colón

Septiembre 1493 – junio 1496

Los RRCC tenían prisa por consolidar una conquista que podía ser impugnada por el rey portugués, razón por la que consiguieron que el Papa Alejandro VI les diera bulas, firmadas el 3 y el 4 de mayo de ese mismo año, concediendo a la soberanía española los hallazgos de Colón y se repartía el mundo oceánico entre las naciones ibéricas, trazando una línea imaginaria que corría “a cien leguas a poniente de cualquiera de las islas conocidas como Azores y Cabo Verde”

El 31 de marzo hizo entrada en Sevilla el descubridor acompañado de indios, papagayos y otras muestras de las nuevas tierras. En su viaje a Cataluña, las gentes le aclamaban por caminos y pueblos; a fines de abril llega a Barcelona para ser recibido con toda solemnidad por los Reyes, en una recepción pública, rematada por un Te Deum entonado por las voces de la capilla real. El Rey le hizo cabalgar a su lado, con el príncipe don Juan al otro. El cardenal Mendoza lo invitaba a comer, mientras adelantaban los preparativos para su siguiente viaje. Los reyes le confirmaron todos los títulos y privilegios contenidos en las capitulaciones, le obsequiaron con mil doblas de oro y le nombraron capitán general de la futura flota, con facultad para elegir a quienes deberían gobernar las tierras descubiertas.

El carácter de la empresa se va perfilando con las instrucciones reales: conversión a la fe de Cristo y buen trato a los indios, envío de religiosos, aportación de animales y semillas para cría y siembra, colonización en suma, siempre a nombre y con rigurosa dependencia de los soberanos españoles.

La flota se aparejó en Cádiz, y sus proporciones no recordaban en nada a aquel primer viaje. Eran 17 naves con unas 1.200 personas a bordo, que no necesitaban de grandes estímulos para enrolarse. Embarcaron también 20 lanceros con su correspondientes cabalgaduras. Entre las naves repetía la veterana Niña. Entre otros embarcó el cartógrafo Juan de la Cosa y Diego de Colón, hermano del capitán general.

La flota zarpó de Cádiz el 25 de septiembre, y el 2 de octubre tocó en Gran Canaria, iniciando el salto atlántico el día 14. Se comentó que mientras estuvo en la Gomera, el descubridor sintió cierta inclinación amorosa hacia Beatriz de Bobadilla, viuda entonces del que había sido gobernador de la isla.

El camino oceánico transcurrió por latitudes más bajas que en la anterior travesía y resultó más corto. El 3 de noviembre estaban en las Pequeñas Antillas, donde fueron descubriendo y nombrando la mayoría de islas de este grupo, totalizando casi un centenar de islas e islotes; para llegar en la jornada del 19 de noviembre a la isla de San Juan Bautista (hoy Puerto Rico), que sus naturales llamaban Boriquén, ya en la Grandes Antillas.

El día 22, arrumbados al oeste-noroeste, se encaminaron a la Española, presentándose ante el fuerte y puerto de Navidad (Haití) el 28. Las salvas artilleras no obtuvieron respuesta de la guarnición; el mal presagio tuvo explicación al saberse que el cacique Caonabó había destruido el fuerte y exterminado a sus defensores. El 7 de diciembre se hacían de nuevo a la mar, y el 6 de enero de 1494, en una gran llanura de la misma isla, fundaban la Isabela, primera ciudad europea del Nuevo Continente.

Una tropa mandada por Alonso de Ojeda exploró el interior de la isla y trajo muestras auríferas de la comarca de Cibao. La dureza de los trabajos y la mala alimentación fueron debilitando a la gente; razón que obligó al Almirante a enviar una flota de 12 naves de vuelta a España bajo el mando de Antonio de Torres; con el encargo de comunicar los nuevos descubrimientos y retornar con víveres, municiones y ropas, lo que Torres cumplió a entera satisfacción.

La paz entre los españoles se iba menoscabando por las dificultades del asentamiento, los trabajos, las enfermedades y las muertes. Cosa rara entre españoles, que siempre se han caracterizado por saber sufrir en silencio y con respeto hacia la autoridad. Colón hubo de prender al contador Bernal de Pisa, cabeza de una conjura. El 24 de abril, después de encomendar el gobierno de la isla a un Consejo presidido por su hermano Diego, el virrey zarpó con tres naves para llevar a cabo un nuevo reconocimiento de Cuba, que seguía creyendo tierra de Catay asiático. La recorrió por la costa del sur, y desde allí, el día 5 de mayo descubrió la isla de Santiago (hoy Jamaica). Volvió a Cuba y, sin poder terminar su circunnavegación (lo que le convenció de que era tierra china continental),remató la campaña en septiembre, más doliente que sano.

Durante la ausencia de Colón había llegado a la Isabela su hermano Bartolomé (24 de junio), con tres carabelas y título de Adelantado, y allí instauró una política represiva movida por el deseo de lucro y propicia a la exportación de esclavos. Don Cristóbal intentó remediar el desorden e hizo unos repartimientos que dieron lugar a muchos abusos y descontentos. El padre Boil y Margarit regresaron a España en noviembre de 1494 y denunciaron la mala gestión de los hermanos genoveses, por lo que los reyes mandaron en octubre de 1495 al visitador Juan de Aguado, a quien acompañaba Diego, el hijo del Almirante. Visitador y Almirante chocaron en sus actitudes y apreciaciones, por lo que resolvieron volver juntos a España y dar cumplida razon de sus desavenencias.

Partieron de la Española el 10 de marzo de 1496 y llegaron a Cádiz el 11 de junio, en dos carabelas abarrotadas con más de dos centenares de españoles y una treintena de esclavos indios.

jueves, 11 de febrero de 2010

Asedio al Alcázar

Como esta es mi página, puedo escribir lo que me de la gana. Así que hoy, además del primer viaje de Colón, hay un pequeño relato. Es malillo, pero lo escribí hace varios años. El archivo está fechado en mayo del 2006, cuando estaba sin trabajo y leía mucho. Cuando volverán esos tiempos. Con un niño en camino, quien sabe, mandaré a Yaye a trabajar y yo me quedaré en casa con el rorro.

No he querido retocar nada. Así que leedlo con benevolencia.

Empezamos:


- ¡Eh tú, fascista!. ¿sigues vivo?.

- ¡Claro que sí!. Estoy enseñándole a tu mujer como son los hombres de verdad.

Una descarga de fusilería respondió a estas palabras. Aún así se escuchó una risotada llegada desde la posición de los falangistas. Llevábamos 25 días asediando el Alcázar, y los fascistas resistían como el primer día.

Veinticinco días viniendo a Toledo desde Madrid. Con las primeras luces del día cogíamos el tren en Atocha, como si fuésemos a la romería, cantábamos y bebíamos todo el camino. Al llegar a Toledo descendíamos en tropel y subíamos hasta la Plaza de Zocodover sin preocuparnos de los pacos que se oían. Nos repartíamos por las distintas posiciones que cercaban los dos lados más expuestos del Alcázar y nos pasábamos el día disparando contra los fascistas. Gritábamos de alegría cuando un obús bien dirigido hacía caer un trozo de muro del edificio. Silbábamos cuando los disparos de los artilleros se quedaban cortos. Piropeábamos a las milicianas y perseguíamos a las toledanas que nos traían comida y bebida.

El verano transcurría plácidamente a pesar del gran calor que caía sobre la ciudad imperial. Las noticias de los frentes eran muy buenas, los fascistas estaban retrocediendo en todos los sitios. Cuando se encontraban con los milicianos los soldados abandonaban a sus mandos y se pasaban al lado del pueblo. Los mandos fascistas no sabían como impedir que los buenos españoles les abandonaran. ¡Sólo confían en los moros y en los legionarios! ¡Sodomitas, criminales y alcohólicos!.

Ayer domingo no estuve en Toledo, había conocido a una miliciana alicantina que acababa de llegar a Madrid, y estuve enseñándole los puestos de bebidas del Manzanares. Estuvimos todo el día bailando en la verbena, y por la noche. ¡ahh!, la noche fue maravillosa. Tan maravillosa que esta mañana, casi no llego al tren. Alcancé el último vagón de puro milagro, los cabrones que estaban arriba se reían de mí mientras corría por la vía. Al final me echaron una mano y pude subir.

Al estar en el último vagón, cuando llegamos a Toledo las mejores posiciones ya estaban ocupadas por los madrugadores. Tuve que recorrer todo el perímetro que teníamos cubierto en los dos lados hasta llegar a uno de los flancos que da al río, donde la pendiente es muy grande, que apenas están cubiertos por nuestros hombres. En el camino me uní a dos hombres y tres mujeres que vestían el gorro rojo y negro de los anarquistas. Yo no tengo carnet de ningún partido todavía, pero no creo que me una a los anarquistas. Aunque sí estoy a favor del amor libre.

Llegamos al límite de la zona cubierta por nuestros milicianos, nos apostamos tras unas piedras. Debían haber formado parte de una pequeña caseta que habían quemado los fascistas para que no sirviera de apostadero para las tropas leales. No parecía que los fascistas estuviesen preocupados por que este lado pudiésemos atacar. El muro de la fortaleza estaba quemado, las ventanas del primer piso estaban tapiadas con maderos. No parecía que hubiese ningún fascista vigilando este lado.

Acabábamos de aposentarnos como buenamente pudimos cuando escuchamos el grito del miliciano y la respuesta chulesca del fascista. Dos de las mujeres se rieron bastamente al oir el comentario. La otra sacó una botella de tinto y un trozo de queso y comenzó a partirlo, mientras uno de los hombres sacaba un vaso de hojalata de su bandolera. Yo saqué un poco de papel de liar y un bolsito de tabaco. Repartí y empezamos a liar los cigarrillos.

Desde donde estábamos se vigilaba bastante trozo de la fachada sur de la fortaleza y sin que tuviésemos que asomar mucho la cabeza. Encendimos los cigarrillos y compartímos el vino.

Uno de los hombres llevaba un enorme sombrero mejicano. Se llamaba Juan Fernández y me contó que su padre había emigrado a Méjico cuando los gringos lo liberaron después de la guerra de Cuba, ya que no quiso volver a España y él había nacido en un sitio llamado Sinaloa junto a la frontera de los Estados Unidos.

¿Has estado en Hollywood?- le pregunté muy animado.
- No. He trabajado en el Valle de San Fernando recogiendo la cosecha, pero la policía gringa es muy fascista. Como la de aquí. No dejaban que los mejicanos pasearan por los barrios de los blancos.
- ¿Pero? ¡ tú eres blanco!- respondí sorprendido.
- Para los gringos somos de piel oscura - Se echó a reír con grandes carcajadas. - Nos trataban como basura. Así que cuando pude, cogí un barco y vine a la Madre Patria.

Me quedé sorprendido y sin creer del todo lo que me contaba. Sabía que en los Estados Unidos todo el mundo podía llegar a lo que quisiera, siempre que trabajara duro y respetara la ley. No pasaba como aquí que el amo te pisaba el cuello y no te dejaba vivir; y si protestabas la Guardia Civil venía a por tí.

Las mujeres estaban hablando de lo que sería la vida cuando los fascistas fuesen derrotados y todos fuéramos libres. Se escuchaban los paqueos esporádicos de los tiradores fascistas. Teníamos poco que hacer, los mineros asturianos que estaban excavando para minar la torre sur estaban en el otro extremo de nuestra posición. Por este lado no había apenas movimiento de los fascistas pero sabíamos que estaban vigilando por si intentábamos atacar.

- ¡Eh, tú rojo cabrón!.

El grito nos sorprendió terriblemente. Cogimos nuestros fusiles y apuntamos por encima de los escombros. Pero no sabíamos a donde apuntar. Sólo veíamos la pared quemada y las ventanas tapiadas.

- ¿Qué pasa, rojo? ¿te has cagao en los pantalones?.
- ¡Asómate fascista!. Te voy a cortar los huevos.
- ¡Ja!. Ven aquí si eres valiente. Pero ya veo que estaís mejor ahí comiendo y bebiendo con esas putas.

Las milicianas se pusieron de pie con los brazos en jarras y empezaron a mentar a la madre y las hermanas de nuestro oculto interlocutor. Les hicimos gestos para que se agacharan pero no nos hicieron caso. Por algún extraño motivo, el fascista no les disparó a pesar de estar totalmente al descubierto.

Una de las mujeres levantó su fusil y disparó hacia una de las ventanas, las otras dos la imitaron. Juan y yo intentábamos ver desde donde nos apuntaba el fascista pero no podíamos localizarlo. Al oír los disparos se acercaron corriendo unos milicianos que estaban unos metros más allá, echaron cuerpo a tierra y empezaron a disparar sin ton ni son hacia el edificio.

- ¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego!. El que gritaba era un miliciano con pañuelo anarquista al cuello, que llevaba una gorra militar con una estrella de ocho puntas. Parecía el jefe del grupo. Poco a poco los hombres dejaron de disparar. Me dí cuenta de que los fascistas no habían devuelto el fuego.

- ¡Eh, rojos! Vais a perder. Nuestras tropas están avanzando muy rápidamente. ¡Tomarán Toledo mañana.!

Estas palabras enfadaron a los milicianos que volvieron a disparar anarquicamente. El jefe tardó un rato en conseguir que parasen el fuego.

- ¡Tú, fascista!. Eso es mentira. Nuestras tropas están superando a las vuestras en todos los frentes. Los únicos que resisten algo son los putos moros y los legionarios extranjeros.

- ¡Mentira!. Aquí escuchamos la radio de Portugal. Nuestros hombres están liberando el Sur de España de los asesinos comunistas.

Habiamos estado escuchando en silencio, más sorprendidos que asustados o preocupados. De pronto Juan el mejicano se puso de pie y saltó el parapeto dirigiéndose hacia el edificio.

- ¡Eh, tú!. Yo soy del pueblo, y lo que estas haciendo es llenar los bolsillos de los patrones y los explotadores de nosotros los trabajadores.

- No seas estúpido. Eso es propaganda de los comunistas. Quieren hacerte esclavo de los rusos.

Juan se fue acercando al edificio; seguía gritando, nos quedamos mirando con cara de estupor, Esperábamos que surgiera un fusil por un boquete y le descerrajara un tiro en el pecho. Pero no ocurrió nada. Estaba allí a pocos metros de la pared, con sus pantalones oscuros y su camisa blanca sin cuello, y ese sombrero mejicano tan grande colgando en su espalda. Todos los milicianos estábamos mirando con la boca abierta a ese loco gritándole al muro.

- Lo único que echamos en falta es el tabaco. Por lo demás resistiremos hasta que lleguen nuestros camaradas.

- ¿Cómo que tabaco?. ¿Qué dices?. ¡Fascista de mierda!.

Juan se dio la vuelta y vino rápidamente hasta donde teníamos nuestras cosas. Se puso a revolver en el lío que le hacía las veces de petate. Cogió algo y se levanto con cara sonriente.

- ¡Eh, fascista! Sal de ahí. Te juro que nadie te disparará.

Nos hizo gestos de que nos levantáramos y poco a poco le obedecimos. Miré a mi alrededor: todos los milicianos y las mujeres estaban de pie con sus fusiles apuntando a tierra. Todos a pecho descubierto, sin pensar en el peligro.

Un golpe seco hizo que una madera que tapaba una de las ventanas del primer piso cayera revoloteando al suelo. Levantamos las miradas, nadie movió sus fusiles. Se escuchaban los zambombazos de los artilleros golpeando los muros de la otra parte del Alcázar. Se asomó una cara pecosa, nos miró y dejó caer una cuerda que llevaba hecha nudos cada pocos metros. Vimos aparecer unas piernas y luego un tronco que llevaba una camisa azul, la cabeza estaba descubierta, un pelo rubio muy sucio. Cuando llegó al suelo se volvió y vimos a un joven, casi un niño. No podía tener más de quince años.

Se quedó quieto junto a la cuerda, como si pudiese volver a trepar por ella si se sentía en peligro.

- ¿Que has dicho del tabaco?. Le gritó Juan.

- Que si tuviésemos tabaco no podríais entrar en el Alcázar. - gritó el joven.

Su voz tenía un poco de temblor pero no era de miedo. Era más bien de orgullo, estaba dispuesto a arrostrar con lo que el destino le tuviese preparado sin retroceder un paso.

- Estáis ahí bebiendo y fumando mientras nosotros no tenemos casi nada. Llevo cuatro días sin lavarme. Pero lo aguanto todo por el bien de España.

- ¡No seas estúpido! ¡Esos que te mandan no quieren el bien de España!. Sólo se preocupan por su propio bien, y por el de sus amigotes alemanes y italianos. ¡Vas a morir por los señoritos!.

- ¡No!. ¡Eso es mentira!. El joven se mantenía firme mientras que Juan se iba exaltado más.

Oímos unos gritos dentro del edificio. Aparecieron en la ventana dos cañones de fusiles. Los milicianos levantaron sus armas y apuntaron al joven y hacia la ventana. Parecía que se acababa la tregua.

- ¡Alto! ¡Alto!. ¡Que nadie dispare!. Los gritos venían de Juan que levantó los brazos para tranquilizar a los fascistas que estaban en la ventana, y luego se volvió hacia nuestros hombres para que nadie empezara a disparar.

Juan empezó a andar hacia el joven falangista, cuando llegó a su altura le alargó la mano. El joven se la apretó sin dudar. Los dos se miraron a los ojos. Era extraño ver a aquel joven de la camisa azul mirando al hombretón del sombrero mexicano. Los dos se sonrieron y se abrazaron. Juan le ayudó a encaramarse. Se quedó sujetando la cuerda para que pudiera subir con menos problemas. Los camaradas del joven le ayudaron en el último tramo. Comenzaron a retirar la cuerda. Cuando llegó arriba, el joven se asomó y saludó a Juan, todavía con la sonrisa en el rostro.

Juan se volvió y anduvo hasta nuestro parapeto despreocupadamente. Antes de llegar, se volvió y saludó a los fascistas antes de que terminaran de tapiar la ventana. Cogió el sombrero mexicano y se inclinó hasta casi tocar el suelo con el ala del sombrero. Después se lo encasquetó hasta los ojos tranquilamente, llegó y se sentó a mi lado.

Los milicianos parecieron volver a la vida, hablaban y sonreían, las mujeres besaban a sus hombres. No parecía que estuviéramos en una guerra, matándonos unos españoles a otros. Volvieron a su posición. Nos quedamos en nuestro escueto parapeto, fumando y bebiendo.

- ¿Qué le diste?. Le pregunté.

- ¿Cómo dices?

- No disimules. Te vi coger algo y se lo diste a ese muchacho.

Se echó a reír y me miró con un brillo pícaro en los ojos.

Todo el tabaco que teníamos.

Me eché a reír a carcajadas.


FIN

Primer viaje de Colón

Agosto de 1492 – Marzo de 1493

El coste del primer viaje fue de dos millones de maravedíes (un marinero cobraba unos mil maravedíes al mes), más de la mitad de los cuales anticiparon Luis de Santángel y Francisco Pinelo de las rentas de la Santa Hermandad. El almirante participó con medio millón endeudado por ello con algunos buenos amigos.

Una parte del coste de la empresa lo cubrieron los vecinos de Palos quienes por faltas cometidas contra la Corona tiempo atrás habían sido condenados a servir con dos naves durante un año. Tres fueron los barcos elegidos: la nao Santa María, alias la Gallega, capitana, propiedad de Juan de la Cosa, de unas 100 toneladas, de 23 a 29 metros de eslora (el largo medido de popa a proa) y 8 de manga (el ancho); la Pinta de unas 60 toneladas, de 24 metros de eslora, y la carabela latina Niña, propiedad de Juan Niño, de 50 toneladas y unos 20 metros de eslora.

Muy pocos hombres se enrolaron en la empresa, la incertidumbre del destino y el hecho de que Colón fuese un desconocido en la comarca pesaban en el alma de los marineros. La resuelta intervención de Martín Alonso Pinzón, navegante de reconocido prestigio, determinó el embarque de la gente necesaria. De 90 a 110 hombres, naturales de Palos, Moguer y Huelva especialmente, aunque no faltaron de otras regiones e incluso extranjeros. Volveremos a hablar de Martín Alonso Pinzón en otras entradas.

Las naves zarparon de Palos de la Frontera al amanecer del día 3 de agosto de 1492. Seis días después, en la isla de Gran Canaria, se mejoró el andar de la Pinta cambiándole las velas latinas por velas cuadras. A partir de la isla Gomera, 6 de septiembre, comienza el camino por aguas desconocidas. Los vientos alisios, pronto advertidos por Colón, favorecían la marcha, pero a medida que transcurría el tiempo y se sumaban los centenares de leguas navegadas, el temor y la desazón comenzaron a apoderarse de los más flojos. El almirante llevaba dos cuentas del camino recorrido, una real para su propio gobierno y otra en que acortaba los datos para no alarmar a los marineros. El paso de aves y el cruce del Mar de los Sargazos sin encontrar tierra quebraron la entereza de muchos marineros y comenzaron a murmurar contra Colón y a proponer el regreso antes de navegar hacia el desastre. La resuelta actitud de Martín Alonso Pinzón apoyando al Almirante, incluso propuso ahorcar a media docena de los más revoltosos, hizo callar a los hombres.

El 15 de septiembre comienzan a disfrutar de un tiempo agradable “como abril en Sevilla” y a ver hierbas de apariencia fluvial, señales de islas próximas. En la anotación del día 7 de octubre, haciendo caso a Martín Alonso Pinzón, el almirante mandó poner rumbo oeste-sudoeste, dejando así un camino que le hubiera llevado a la península de la Florida. El día 11 el mar se embraveció, pero el hallazgo de cañas, tablillas y algún palo labrado vino a levantar los ánimos. Cuenta Colón que esa misma noche, desde el castillo de popa vio una lumbre que se alzaba y titilaba. Y ya después de medianoche, el 12 de octubre, la carabela Pinta, que iba delante por ser más velera “halló tierra y hizo señas, las que el almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana (en realidad Juan Rodríguez Bermejo)”.

Llegada la mañana, desembarcó una larga comitiva para formalizar la toma de posesión. Era “una isleta de las Lucayos, llamada Guanahaní en lengua india”, fue llamada San Salvador por Colón. Hoy, la mayoría de los investigadores consideran que es la que conocemos como Watling, en el archipiélago de las Bahamas, al nordeste de Cuba.

Los nativos “desnudos como su madre los parió” se aficionaron pronto al trueque, se acercaban a los barcos españoles con papagayos, ovillos de algodón y azagayas y otras cosas y las cambiaban por cuentas de vidrio y bonetes de colores brillantes. No conocían el hierro, aunque algunos traían pedazos de oro colgados de agujeros que tenían en la nariz. Cuando los españoles quisieron saber donde lo habían conseguido, señalaban hacia el sur, a una isla grande.

Colón recorrió las diversas islas hasta que el día 28 de octubre tomó tierra en una gran isla que bautizó Juana (Cuba) en honor de la hija mayor de los RRCC, “la más hermosa que ojos hayan visto”. Creyó haber dado con el imperio del Gran Kan y la tierra de Catay. Por entonces se separó accidentalmente la carabela Pinta, de Martín Alonso Pinzón. Después de varios días llegaría la primera a Haití, donde se reencontrarían las naves. Colón llegó el día 6 de diciembre a esta isla que llamó Española (actualmente compartida por Haití y Republica Dominicana), aunque había tenido que pasar por el duro trance de perder su nao capitana, la Santa María, encallada sobre un bajío en las proximidades de Haití. Con el auxilio de la Niña y la ayuda de los indígenas, pudieron salvarse muchos efectos que fueron destinados al fuerte Navidad. Allí dejaría Colón, al mando de Diego de Arana, una guarnición de 40 hombres; en el que sería el primer y efímero asentamiento europeo en el Nuevo Mundo.

El 16 de enero de 1493 inició Colón el tornaviaje, desde la bahía dominicana de Samaná. Le acompañaban algunos isleños como testimonio vivo de sus hallazgos. Las dos naves iban patroneadas por los hermanos Pinzón. Tomaron una derrota más septentrional que les hizo encontrar los vientos del Oeste que les empujaron hacia Europa.

El 14 de febrero a la altura de las Azores por el Sur, un fuerte temporal empujó a la Niña, donde iba el Almirante, desde la popa, alejándola de la Pinta.

Amainando el temporal, el día 18 fondeó Colón en la isla azorera de Santa María. El capitán portugués de la isla, Joao de Castanheda expresó su admiración por el descubrimiento cuando se lo contó Colón. Pero al descender tres marineros para dirigirse en busca de un clérigo que dijese misa por el alma de los marineros, fueron apresados por los pobladores y el capitán portugués se negó a liberarlos. La Niña debió ponerse en marcha con menos hombres para las maniobras, sólo quedaban tres hombres expertos, incluso Colón estaba muy dolorido en las piernas, pues siempre estaba en cubierta pasando frío y mojado, además del poco comer. A poco volvió a la isla de Santa María, y consiguió que le devolviesen a los tres marineros capturados. Por fin, el 24 de septiembre pusieron rumbo a la península. Sufrieron varias borrascas que incluso rasgaron la velas. El día 4 de marzo embocaron el Tajo y subieron hasta Lisboa. Colón escribió al Rey de Portugal, explicando que venían de las Indias y no de Guinea, pidiéndole ayuda para sus hombres. El rey Juan II recibió a Colón el día 9 de marzo con mucho honor pero pronto se hizo notar la envidia del Rey hacia aquel aventurero que años atrás le pidió barcos para realizar la hazaña que ahora pertenecería a los reyes de España. Cuando el rey le dijo que aquellas tierras le pertenecían a él, Colón arguyó que nunca había navegado hacia Guinea ni San Jorge de Mina. El contencioso duraría hasta el tratado de Tordesillas (1494).

El día 13 de marzo largó el trapo y puso proa a Palos, donde arribó el día 15 de marzo. Por su parte, Martín Alonso Pinzón había hecho una derrota más hábil y menos comprometida que la de su jefe. A fines de febrero entraba en la bahía pontevedresa de Bayona, donde reparó la Pinta. Los gallegos fueron los primeros europeos en saber del descubrimiento de nuevas tierras hacia el Oeste. Después puso proa a Palos, donde llegó el mismo día -estupenda casualidad- y pocas horas después que Colón. Algunos días después, consumido por la enfermedad dejó el mundo de los vivos.

Colón puso en circulación las cartas que había ido escribiendo en su viaje, dando cuenta del resultado del viaje y de la fertilidad de las islas descubiertas, así como de su riqueza en oro y de la facilidad para sojuzgar a los indígenas. Los reyes, a la sazón en Barcelona, escribieron a “nuestro Almirante de la mar Océana e visorrey y gobernador de las islas que se han descubierto en las Indias”, rogándole que fuera a verles, al tiempo que le encargaban las disposiciones necesarias para otra expedición inmediata.

lunes, 8 de febrero de 2010

La caida de Bilbao

La ciudad de Bilbao y su cinturón industrial llevan 80 días y 80 noches resistiendo ante el ataque combinado de las fuerzas nacionales apoyadas por una gran cantidad de aviación alemana e italiana. La prensa republicana se hace eco con grandes titulares de la defensa de la conocida como "ciudad invicta" (ya que habia resistido varias veces a las tropas carlistas en el s. XIX). Se espera de los bilbainos una nueva resistencia victoriosa contra las tropas de la reacción.

Pero los tiempos han cambiado. En la guerra moderna un cinturón de hierro puede ser atacado por el aire, y la República apenas si ha enviado aviones al Frente del Norte. Después de tres meses las tropas vascas abandonan la ciudad; algunos batallones nacionalistas protegen las zonas industriales para que no sean destruidas por algunos comunistas que preconizan la teoría de la tierra quemada. Incluso liberan a todos los presos de tendencias derechistas y los pasan hasta la zona controlada por los requetés, incluso los proveen de picos y palas para que parezcan que van a trabajar en las trincheras, para que no sean fusilados por los exaltados. Bilbao sólo lamenta la voladura de los puentes sobre la ría, para ralentizar el avance de los nacionales.

Sábado, 19 de junio de 1937.

Bilbao ha caido, las tropas vascas aún fieles a la República se han retirado de la ciudad, dejando el camino franco a los nacionales. Bonito juego de palabras, ¿eh?.

Uno de los primeros en entrar en Bilbao es un vasco, Manuel, capitán de navio que en este momento es ayudante personal de Franco. El Generalísimo le ha confiado una delicada misión: recoger toda la documentación que haya quedado en el despacho de Jose Antonio Aguirre, en el hotel Carlton. Así lo narró el propio Manuel:

Voy con el requeté Ramón y se nos agrega Luis. Llevamos una maleta vacía. Entramos por Achuri. Hay un silencio sepulcral. Nadie en la calle, al sentir un paqueo de fusil nos resguardamos en un portal de la calle Belosti. Allí estamos agazapados cuando escuchamos un ruido en la escalera de la casa.....como de mucha gente apostada en ella. "Ramón...vete a ver quién es"."Son una compañía entera de gudaris. Están armados." "Ordéneles que bajen uno a uno con el fusil en alto." grito más que digo, con voz imperiosa. Y, uno a uno, van bajando y dejando los fusiles en el portal. Son 33 gudaris. Salen corriendo en todas direcciones. Silencio de muerte entre Ramón, Luís y yo. Sale bien la cosa....por casualidad.

En barcaza cruzamos la ría a la altura del Náutico, y vamos derechos al Carlton. Hay también gudaris, despistados y atemorizados, que aprovechamos para que nos ayuden a cargar las maletas y dos grandes sacos más, con todo lo que había en el despacho de Aguirre, en su mesa y sus cajones. Los mismos gudaris nos acompañan a la salida de Bilbao, donde tenemos el coche que con el cargamento nos lleva a Vitoria, para entregarlo al Cuartel General

Varios días después, este mismo capitán vasco estaba cenando con Franco, su cuñado Serrano Suñer y su asesor político Fuste. En la sobremesa se comenta la caída de Bilbao. Serrano habla con Franco pero mirando a Manuel dice que deben retirarse los fueros y privilegios de los vascongados. El capitán Manuel se exalta y le grita a Serrano: "Parece mentira, don Ramón, que aconseje usted eso al Generalísimo. ¡Menuda les daría el general a los enemigos de España que están exiliados!. Ya lo dijo Calvo Sotelo....que en el País Vasco hay una minoría separatista... pero que en Madrid hay una gran mayoría de separadores. ¿Por qué va usted a castigar a la parte sana de las Vascongadas?. ¿No merecen respeto sus muertos por España...?."

Al Generalísmo, impávido, parece gustarle la discusión, ya que cuando baja la intensidad él azuza a alguna de las partes para que continuen. Así hasta la cuatro de la madrugada. Al final Franco cede a la presión de su cuñado.

El día 23 de Junio, San Juan, Franco deroga por decreto los conciertos económicos de Vizcaya y Guipúzcoa, como castigo poque se alzaron en armas contra el Movimiento Nacional. Mantiene, sin embargo, los de Navarra y Álava, las dos provincias que desde el principio estuvieron de su lado.

jueves, 4 de febrero de 2010

La tortilla española

El mestizaje entre América y Europa constituye uno de los hitos de la Historia mundial. Y uno de los terrenos que más se enriquecieron con este mestizaje fue el de la gastronomía. La gastronomía nos ofrece un plato sencillo y cotidiano que no podría existir si no se hubiesen mezclado los dos mundos: la tortilla de patata.

Como para hacer una tortilla de patatas hacen falta básicamente huevos y patatas, vamos a recordar primero la historia de la patata.

Ningún cronista de Indias tuvo a bien retratar el momento histórico en que el primer español descubrió la papa, su verdadero nombre. Pedro Cieza de León en sus relatos sobre la conquista del Perú hacia 1541 escribió que las principales fuentes de alimentación de los incas eran el maíz y un extraño fruto subterráneo “al que llaman papa....el cual después de cocido queda tan tierno por dentro como castaña cocida.”

Al parecer, el descubrimiento se produjo hacia 1526, cuando Francisco Pizarro y sus hombres alcanzaron los Andes. No les gustó mucho el aspecto físico de esta nueva fruta, pues la llamaron turma, sinónimo de testículo. No sólo despreciaron su aspecto, sino que tampoco les atrajo el nombre, así que pareciendoles igual de dulce que la batata, la nombraron patata en lugar de papa. Hoy en día en Canarias y buena parte de Andalucía, cuyo español se parece más al americano que al castellano se le llama papa, aunque los finolis dicen patata. Del castellano pasó casi igual al italiano y con poca diferencia al inglés; pero los franceses, ¡ah, los franceses!, tan cursis ellos la nombraron “pomme de terre”, o sea, manzana de tierra.

No debemos despistarnos con el bello nombre francés. La papa fue recibida en Europa con gran desdén. Pizarro la trajo a España en 1537 y durante más de medio siglo no fue más que alimento para cerdos. Por venir de la tierra, como un topo, se la consideró indigna de la mesa caballeresca. Los RRCC la enviaron como obsequio a Su Santidad en Roma, pero Papa no come papa, y sólo llegó a ser un curioso adorno de la mesa. Llegó a Inglaterra en 1586 de la mano, como otros productos de sus robos, de Francis Drake el abominable pirata de infame recuerdo en el Caribe. De allí pasó a Irlanda, donde se convirtió, con el tiempo, en la base de su agricultura. Alemania la conoció hacia 1590 gracias a los italianos, y la nombraron kartoffen o kartoffel o algo así, con lo fácil que hubiera sido patatten.

El zar Pedro I el Grande la importa de Holanda a principios del siglo XVIII, y los campesinos rusos llegaron a despreciarla aún más que los europeos occidentales, llamándola “manzana del diablo”. Quién les iba a decir que dos siglo después serían los principales productores del mundo. Incluso su bebida nacional, el vodka, está sacado de la patata. Realmente, la papa tuvo muy mala prensa en Europa. En 1619 las autoridades de una provincia francesa decidieron prohibirla pues consideraban que “era venenosa, malévola, capaz de causar la lepra y la disentería.”

El verdadero padrino de la papa fue un francés, Antoine Auguste Parmentier, quién hacia 1780 convenció a Luis XVI sobre la importancia económica del tubérculo y a María Antonia, conocida como María Antonieta, sobre la belleza de la flor de la patata, ¡cherchez la femme!, que se puso de moda en la Corte. Aunque nos duela, a los franceses hay que reconocerles la invención de las patatas fritas -les frites-.

La historia del huevo es más antigua, la costumbre de comer huevos viene del Jurásico. Desde que el animal existe, no falta quién se coma los huevos. La invención del huevo duro y la tortilla “francesa” se atribuye al griego Cigófilo, que significa “amante de los huevos”. Como todo lo que signifique cultura, de Grecia pasó a Roma, y los legionarios la pasearon por el mundo conocido, entre ellos Hispania. Por esto, América no la había probado, las primeras gallinas llegaron en los barcos españoles en el siglo XVI.

Pero el huevo pasó también por tiempos difíciles, en el 917 topó con la Iglesia. Se discutía si una tortilla interrumpía o no la abstinencia de carne. Fue necesario un Concilio, el de Aquisgrán, para dictaminar que un huevo equivalía al embrión de un animal y, por tanto, quién comiera tortilla en Cuaresma ofendía a Dios. El huevo pudo producir el primer gran cisma de la Iglesia cristiana: los fieles desobedecieron el mandato del Concilio y siguieron pecando hasta que en 1553 el Papa Julio III declaró que la tortilla era aceptable a ojos de Dios, incluso en vigilia.

Ya tenemos a la patata y al huevo prestos a conocerse. Pero fue un matrimonio secreto, sabemos que fue en España, ¿pero donde y cuando?. Algunos documentos dicen que primero fue en las montañas de Navarra. Madrid, por su parte, reclama que en el siglo XVIII ya se hacía una tortilla con huevos, patatas y cebolla en las tabernas de la Cava baja. Así que la paternidad debe quedar en el anonimato.

Por último, la tortilla de patatas a la española hizo el camino de vuelta a América, donde conoció y conoce un gran predicamento. Una anécdota curiosa es la que atribuye al presidente Benito Juárez la receta de una tortilla de papas a la mejicana. Sorprende que, tratándose de todo un macho mejicano, prescriba “muchas papas fritas y pocos huevos”.

martes, 2 de febrero de 2010

La campaña del Mediterráneo (1741- 1745) y la batalla de Cabo Sicié (1744)

A la muerte del Emperador Carlos de Austria, en 1740, sin descendiente varón, se produjo la guerra de Sucesión austriaca, llamada de la Pragmática Sanción. Fue una guerra europea, del lado de Austria estaban Inglaterra y Holanda mientras que enfrente estaban Francia, España, Prusia, Cerdeña, los electores de Polonia y de Baviera. En Italia, España defendió los derechos de nuestro Infante Don Felipe a los ducados de Parma, Plasencia y Toscana, a través de su madre Doña Isabel de Farnesio, apoyado por el Rey de Nápoles, su hermano don Carlos (futuro Carlos III de España), pero tuvo que declararse neutral por la fuerte reacción de Inglaterra que intentaba paralizar cualquier ensanchamiento del poderío de la Casa de Borbón en el Mediterráneo. Una escuadra inglesa se presentó en la bahía de Nápoles (1742) amenazando con bombardearla, Don Carlos nunca lo olvidaría.

Por mar se enfrentaban 51 buques españoles contra 115 navíos británicos. Los ingleses comenzaron bloqueando El Ferrol, pero llegaron tarde y se encontraron con la escuadra de Cádiz (12 navíos) mandada por Don Juan José Navarro y el jefe inglés Norris tuvo que levantar el asedio a El Ferrol. Las dos flotas se dirigieron hacia el Mediterráneo, otra flota inglesa al mando de Haddock estaba en Gibraltar pero no pudo interceptar el paso a Navarro. Haddock siguió a la flota española hasta Cartagena de donde salió una flota francesa que recalaba allí en virtud de los Pactos de Familia, el inglés sintió cierta desazón al ver que los españoles y franceses igualaban en número a sus navíos y puso proa a Mahón.

Navarro se dedicó a pasar tropas desde Barcelona a Génova (enero 1742), y mantuvo las comunicaciones con Italia abiertas para el abastecimiento y refuerzos a las tropas del Duque de Montemar.

Mientras tanto, los ingleses estaban reforzando su escuadra en el Mediterráneo con un total de 16 nuevos navíos, tomando el mando el almirante Mathews por enfermedad de Haddock, quién se propuso bloquear a la flota hispano-francesa en Tolón, lugar natural de reposo y avituallamiento de las naves francesas. En Saint Tropez fueron incendiadas 5 galeras españolas por el capitán de navío Norris (junio de 1742). Durante el verano los ingleses bombardearon Palamós y Mataró. En Ajaccio (Córcega) el comandante del navío español San Isidro tiene que incendiarlo para impedir que caiga en poder del enemigo.

A la vez la hostilidades seguían en América y el Pacífico donde no le iban las cosas tan bien a los ingleses, recordamos a Vernon derrotado en Cartagena de Indias por Blas Mediohombre de Lezo. En el corso tampoco les iba bien a los ingleses, los cronistas ingleses reconocen haber perdido 1158 buques desde el año 1741 hasta 1744, sí habéis leído bien, 1158 buques. Tal fue la sangría sufrida que en el Parlamento inglés se levantó un clamor unánime contra el jefe del gobierno Lord Walpole, esta pérdida sumaba un millón trescientas mil libras esterlinas. Y sobre todo, de la pérdida del prestigio, debemos tener en cuenta que, al igual que hoy, la prensa inglesa de la época sólo hablaba de victorias propias y de derrotas españolas. La opinión pública inglesa no entendía que los españoles les apresaran tal cantidad de buques. Se buscó con ansia tener un éxito resonante en el Mediterráneo reforzándose mucho aquella escuadra, como quedó dicho.

La batalla del Cabo Sicié

En el tiempo que la escuadra hispana estuvo en Tolón se hicieron muchas prácticas artilleras, especialmente la carga y puntería de los cañones y algunos ejercicios de tiro al blanco. Los franceses, en cambio, mejoraron su capacidad de navegar en escuadra practicando en las lanchas de los buques y en el manejo de las banderas de señales. Nos han llegado relatos, tanto franceses como españoles, de las críticas que los aliados se hacían entre sí.

La flota estuvo 18 meses en la rada de Tolón, estos ejercicios aparte de mejorar el adiestramiento mantenían la moral de las dotaciones en unas fuerzas bloqueadas. Navarro quería salir a mar abierto rompiendo el bloqueo pero el almirante francés De Court creía que faltaban hombres para ocupar todas las posiciones en los buques. Por fin Navarro consiguió convencer al octogenario almirante francés y se celebró consejo de guerra. Debemos recordar que Francia estaba en paz con Inglaterra pero por los Pactos de Familia debía acudir en ayuda de España si esta era atacada por los ingleses.

Existe la especie de que De Court estuvo en contacto con los ingleses, pudo ello ser cierto sin que demuestre traición, ya que pudo ir a comunicarles que tenía órdenes de ponerse del lado de los españoles. Es un hecho probado que cuando salieron a mar abierto, los buques franceses, más rápidos que los españoles, forzaron la vela con la vanguardia y dejaron atrás a los españoles.

La escuadra combinada se componía de 16 navíos franceses y de 12 españoles. Los ingleses sumaban 32 navíos en tres escuadras. La diferencia no era grande....si se podía contar con los franceses, pero en artillería sí había una diferencia apreciable: 1.806 españoles y franceses contra 2.280 ingleses. De los doce nvíos españoles tan sólo 6 eran de guerra, del Rey se decía entonces, el resto eran de la Carrera de Indias, marchantes se decía, aunque bien artillados para defensa (menor calibre). En cuanto al personal, las dotaciones de los buques españoles y franceses sumaban 19.100 hombres y las de los ingleses tan sólo 16.585. A menos hombres, menos peso de víveres y agua, cosa importante para buques que habían de mantenerse mucho tiempo en la mar durante los largos bloqueos.

En lo que a moral se refiere, los ingleses estaban naturalmente dispuestos a batirse, decididos a destruir la escuadra española. Los nuestros estaban igualmente dispuestos a luchar. Los franceses......tenían.....podían tener que hacerlo en defensa de la escuadra española si cumplían la palabra dada.

Un punto a favor de los nuestros que podía disminuir la eficacia de los ingleses y la disminuyó indudablemente: era la animosidad de Mathews y de Lestock, almirante en jefe y comandante de la retaguardia, respectivamente. Lestock había llegado a la flota antes que Mathews y la venida de éste le contrarió grandemente. Mathews era honrado y valiente pero no tenía la cualidad de hacerse seguir por todos, como Nelson.

El día 19 de febrero de 1744 se dió la orden de salida, en vanguardia iba la flota española apoyada por la francesa. Las órdenes eran avanzar hasta el atraque de la flota inglesa y atacar al abordaje, Navarro hizo ver al almirante francés que los navíos aliados tendrían que pasar por un paso estrecho donde no tendrían defensa alguna contra los brulotes ingleses. El almirante francés se reafirmó en sus órdenes, cuando los navíos españoles iban a iniciar la aproximación tuvieron la fortuna de ver a los ingleses iniciar el movimiento para salir de su propio fondeadero. Con ello se suspendió el ataque, De Court mandó que la escuadra española de Navarro se retrasase y quedase formando la retaguardia. Tomada esta nueva formación la escuadra navegó hacia el sur con viento suave del nordeste. Era el día 22. La escuadra inglesa se acercó describiendo una gran curva: poniéndose su vanguardia y cuerpo de batalla en una línea paralela a la banda de babor de la escuadra combinada, pero quedándose su retaguardia, al mando de Lestock, muy atrasada.

El combate

Primer ataque

A eso de las doce y cuarto del día 22 estaban los buques ingleses a tiro de fusil de los españoles. El navío insignia inglés Namur seguido del Marlborough y del Norfolk cargó sobre el Real Felipe de Navarro. Imitando a su almirante arribaron varios buques ingleses sobre los españoles que formaban el grupo principal. Se trabaron dos o tres enemigos contra cada uno de los nuestros. El choque artillero, casi a tiro de pistola, fue terrible. Los franceses se había alejado al mandar el almirante francés De Court forzar la vela, señal obedecida por todos los buques franceses. La retaguardia inglesa al mando de Lestock permaneció inactiva, como ya hemos dicho.

Los ingleses nos superaban claramente, Mathews creyó tener la victoria en la palma de la mano. Pero los artilleros españoles habían practicado.... y mucho. Se respondió al fuego inglés con gran vigor. Según refirieron los propios ingleses “parecía un infierno durante todo el tiempo que duró la acción.” Pericia maniobrera y artillera y heroísmo, caracterizan el comportamiento de los nuestros en este choque. El Real Felipe de Navarro llegó a tener encima a cinco navíos enemigos, a los que causó enormes averías. El Marlborough fue el que sufrió mayores daños. El Hércules, matalote de popa (buque de apoyo de la nave insignia), rechazó vigorosamente el ataque de tres navíos ingleses. Fue un gran apoyo para su capitana; recibió muchos impactos en su costado de babor. El resto de los navíos españoles, incluso los marchantes aguantaron airosamente este primer ataque -que duró tres horas-.
Los ingleses, muy castigados, se retiraron también a reparar en lo posible sus averías.

Segundo ataque

A eso de las cinco de la tarde, el almirante Mathews volvió al ataque, contra el Real Felipe que se había quedado momentáneamente solo, llevando consigo dos navíos de 70 cañones y un brulote, el Ann Galloway, de gran tamaño. El navío Brillante acudió en ayuda de su capitana cañoneando al brulote. Seguidamente llegaron el San Fernando y el Santa Isabel. Fue rechazado este segundo ataque inglés en el que llegaron a tomar parte siete navíos enemigos. Mathews supo del acercamiento, ¡al fin!, de la escuadra francesa, y tal como estaba juzgó prudente retirarse, dejando a los españoles dueños del lugar del combate.

Con posterioridad De Court diría que hizo señal de virar a la vanguardia, que esta no vio la señal con el humo de los disparos de los buques enredados en la batalla. Conforme se acercaban los franceses se alejaban los ingleses. De Court propuso a Navarro ir juntos a atacar a los ingleses. Este le hizo ver el estado en que se hallaban sus buques después de tan duros combates, pero que estaba dispuesto si se interpolaban los buques franceses con los españoles, para que de esta manera no se separasen como había ocurrido durante la acción. De Court desistió de la idea de ataque, y se dedicó a auxiliar a los españoles.

Durante todo el día 23 ambas flotas navegaron a la vista una de la otra, con leves escaramuzas entre ingleses y españoles sin que los franceses actuaran firmemente. El día 24, al amanecer, no estaba a la vista la flota enemiga. Al amanecer del día 25 nuestra flota se encontraba sola, había seguido navegando durante la noche en dirección a Barcelona, mientras que la flota francesa se puso al pairo.

Durante esta navegación aún se hizo una presa: una fragata inglesa mercante que otras cuatro, escoltadas por tres de guerra, se dirigía a Mahón. La escuadra francesa había continuado procurando cubrir a la española, aunque no a la vista de esta. El día 7 se reunieron al fin ambas..... y se dirigieron en conserva a Cartagena. La española entraría el día 9 y la francesa el 11. Durante todo este tiempo Francia seguía en paz con Inglaterra.

Mientras tanto, la flota inglesa había intentado localizar la escuadra española, pero no consiguiéndolo y ante el estado de algunos de sus buques puso proa a Mahón, donde entró el 2 de marzo. El día 5 saldría de nuevo, 150 carpinteros trabajaron día y noche reparando las naves, queriendo interceptar la flota española ante Cartagena, pero el viento sopló del nordeste y las reparaciones no habían sido todo lo buenas que debieran; tuvo que volver a Mahon con tres navíos desarbolados. Estuvieron detenidos todo el mes de marzo.

Fin de la campaña

Aprovechando el parón de los ingleses se pasaron convoyes de aprovisionamiento para las tropas de Italia. En el mes de julio Navarro salió de Cartagena con diez navíos y otros buques menores, con la misión de hostilizar a los enemigos e interceptar sus convoyes. Volvió con muchas presas. Inglaterra puso bloqueo a Cartagena con una fuerte escuadra, fue largo. Era mayo de 1747 y aún continuaba. Mientras tanto Navarro fortalecía el arsenal de Cartagena, quedó desembarcado, nombrado comandante general del departamento.

Esta victoria del Cabo Sicié dejó un regusto amargo: el comportamiento de la flota francesa. Se puso de manifiesto un sentimiento de animosidad entre las dos Marinas, la francesa y la nuestra, que perduró por mucho tiempo. Navarro había sido felicitado por muchos capitanes franceses, pero conforme pasaban los días se fueron agriando las cosas. Navarro fue ascendido a teniente general de la Armada, le concedió el Rey el título de Marqués de la Victoria, poniendo así de manifiesto que consideraba victoriosos los dos combates de ese día.

Los enemigos son muchas veces buenos jueces de la propia actuación, especialmente cuando en ellos existe un clima de caballerosidad como había en los mandos de la escuadra británica, a pesar de las órdenes de su gobierno. Ellos ensalzan el comportamiento de los españoles en los combates de Cabo Sicié. El comandante del Poder, don Rodrigo de Urrutia, en Mahón, a donde había sido llevado prisionero, recibió muchos honores dirigidos a su propia persona por su heroico comportamiento, y también muchas alabanzas dirigidas a Navarro y a sus comandantes y dotaciones. “Todos los brindis -dice Urritia- después del Rey británico eran al almirante Navarro. Todas las sobremesas caían en el Real Felipe y en el valor de los españoles, confesando todos generalmente la superioridad a ellos mismos, y encendiendo el furor contra quien debiera imitarnos (los franceses)”. Los ingleses, con expresión muy británica, decían que los cañones del Real Felipe eran “el fuego del infierno”.

En el lado inglés

Nada más llegado a Mahón, Mathews quitó el mando a Lestock por su pasividad y lo envió a Inglaterra. Se realizó un consejo de guerra. Fueron juzgados dos almirantes, seis comandantes de buque y cuatro segundos comandantes. Mathews fue declarado inhábil para cualquier otro mando. El Rey no quiso confirmar esta sentencia pues Mathews se había batido con gran valentía. Su fama ha pasado impoluta a la posteridad. No así Lestock, quién fue el blanco de la siras de la opinión pública, a pesar de resultar absuelto.

Bajas

Nosotros tuvimos nueve oficiales muertos, de ellos tres comandantes de buques, y 140 individuos de dotaciones artilleras y 19 oficiales y 448 hombres heridos. De los heridos fallecieron muchos con posterioridad. De los ingleses se sabe que “entre todos les hemos muerto y herido más de 800, de los que pocos viven.” Las bajas inglesas, de ser ciertas estas estimaciones, son mucho mayores que las españolas. Además, no sirve la mera comparación aritmética de cifras, pues la superioridad de fuerzas inglesas, había 1.410 cañones ingleses por 812 españoles, debía haber supuesto un mayor número de bajas de los nuestros, y, al ser al contrario, la victoria se refuerza del lado español.
La batalla de Cabo Sicié tiene unas características muy peculiares por no saberse cuando y cómo intervendrían los franceses. Estos no toman parte en los combates principales. Sin embargo, sí auxilian después a un navío español cercano al enemigo, represan a otro, ayudan a los nuestros a reparar averías y cubren a la escuadra española en retirada.

Tomado de Carlos Martínez-Valverde. Revista de Historia Naval nº 2, 1983