martes, 15 de febrero de 2011

Piratas en Gibraltar

No, no vamos a hablar de los piratas que hay en Gibraltar, sino de otros piratas que atacaron a los cristianos de Gibraltar y alrededores.

Por orden de Argenali, rey de Argel, fue enviada para apoderarse de Gibraltar una  poderosa armada capitaneada por Tali-Hamet y su seundo el capitán Muely Hacen Caramani a quién llamaban Barbanegra, que había estado algún tiempo en Gibraltar como cautivo del padre de nuestro héroe y que había conseguido escapar el año anterior. Entre el resto de capitanes destacaba un tal Aliare, quien en realidad se llamaba Martín Juan, natural de Gibraltar y que conocía perfectamente todas las entradas y las casas de los acaudalados vecinos de la plaza. Prepararon una flota con 16 velas entre galeotas y galeras y una tropa compuesta por unos 3.000 hombres. Sabían perfectamente que las galeras reales se hallaban en Sicilia y que tenían el campo libre.

Reproducción galera s. XVI en Rimini

A pesar de que en la capital malagueña se supo de la poderosa armada que habían preparado y haberlo comunicado a Gibraltar, su gobernador en vez de cuidarse de fortificar y preparar las defensas, sólo informó de la llegada de flota a Tarifa y a Cádiz, para que esas ciudades estuvieran prevenidas por si acaso resultaban elegidas por tan despiadados depredadores. Podemos disculpar al gobernador pues está sería su primera acción de guerra, y es que sólo era un joven de apenas 14 años de edad, Don  Alvaro de Bazán, futuro primer Marqués de Santa Cruz, nacido el 12 de diciembre de 1526 en Granada, aunque se había criado en Gibraltar, ya que su padre, del mismo nombre, había sido capitán general de las galeras y naves destinadas a la guardia de las costas de Granada. Aún no tenía nueve años cuando fue nombrado por el César Carlos alcalde del castillo de Gibraltar, en marzo de 1535, mandando le sustituyese su padre en calidad de teniente durante su minoría de edad.

Cinco años después, en 1540, comienza nuestra historia.

En la noche del jueves día 9 de septiembre de 1540 se acomodaron los piratas tras el monte Calpe para esperar noticias de un bergantín suyo enviado como avanzadilla con gente cristiana a bordo, informando de lo descuidada que se hallaba la ciudad, pues muchos se encontraban vendimiando en la Sierra Carbonera y los pescadores en el mar. Inmediatamente desembarcaron y se repartieron para su asalto.
 
Barbanegra y Mujar Rael, alférez de la armada, entraron con sus hombres por los arrabales y ocuparon todas las posesiones estratégicas de la plaza, sembrando el pánico entre los incrédulos habitantes que no hacía caso de los avisos que llegaban de los que huían. La defensa se hacía calle por calle intentando refugiarse en la fortaleza, pero cada acometida de los turcos dejaba muertos y más cautivos, sobre todo mujeres y niños. Con la aglomeración de personas en la misma puerta de la fortaleza a la hora de abrirse el portillo para que entrara, murieron por aquel tropel 26 mujeres. Dicen varios testigos que “los turcos traían algunas armas extrañas, escopetas de tres cañones o ballestas que desparaban de una vez tres flechas.” El joven Álvaro de Bazán comandó la defensa de la fortaleza, lo que redujo las pérdidas cristianas pero no impidió el saqueo de la ciudad y los alrededores.
 
Después de saquear durante cuatro días todo cuanto pudieron; de hacer al menos 79 cautivos y 12 muertos (sin contar los aplastados en el portillo) entre las filas españolas y sufrir ellos unas sesenta bajas decidieron retirarse, aunque antes de hacerlo se pasearon por la bahía de Gibraltar tocando trompetas, añadiles y tambores mofándose de los que asombrados miraban desde la fortaleza. Luego desembarcaron algunos en Mayorga, destrozando campos y robando ganado hasta que aparecieron las fuerzas enviadas desde Jimena bajo el mando del alcaide Alonso Virués, quien fue el que envió el aviso de socorro a Jerez.
 
A las 7 de la mañana llegó el correo a uña de caballo con la desgarradora noticia a esta ciudad, tocándose a rebato y partiendo el jurado Pedro Riquel con el hijo del alcalde Martín Dávila y 30 caballos sin esperar al grueso de la fuerza, entrando en la Roca con otros tantos de Medina que se les unieron en el camino a todo galope dos días después
 
También salieron de Jerez el Duque de Medina y el conde de Niebla con el grueso de la tropa en dirección a Gibraltar, aunque por el camino encontraron un mensajero que les advirtió que el turco había abandonado el saqueo y se había retirado a la bahía, para esperar hacer negocio con los cautivos retenidos. No obstante entrarían en Gibraltar, donde se hallaron con todos los que habían llegado de toda la provincia.
 
Allí permanecieron tres días los turcos como mercaderes, a pesar de la fuerza que se hallaba a poca distancia de sus naves. Entre los cautivos se encontraba el alcalde Francisco de Mendoza, por el que pedía 800 ducados, sumando por el resto en total unos 6.000 ducados.
 
Estando negociando sucedió un percance con dos navichuelos cargados de vino y otras mercancías que se dieron de bruces con los piratas, siendo a su vez apresados, aunque durante la disputa un disparo acabó con la vida del capitán de la goleta turca que los apresó.
 
Esto enojó a Barbanegra quién hizo una última oferta por la liberación de los cautivos, además de solicitar el canje de los turcos que habían sido capturados durante el asalto. Los españoles quisieron dilatar más las negociaciones con la esperanza de que la flota de galeras reales apareciera en cualquier momento, pero nada de esto sucedió y poco a poco se fueron saliendo los turcos de la bahía alejándose en el horizonte el día 13 de septiembre con su botín de vino, cereales y cautivos. Mientras huían quemaron la famosa galera capitana “Bastarda” de Álvaro de Bazán.
 
Sería dos semanas más tarde, en el Peñón de Velez de la Gomera, donde su rey Muley Bahazon, feudatario de España, rescató por 5.000 ducados los cautivos gibraltareños, cobrando él 400 ducados más por el favor.
 
 

Bibliografía: Fray Esteban Rallón. Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera.  UCA 1998

domingo, 13 de febrero de 2011

Defender la bandera

En el año 1577, era otra época:

Porque es tanta la presunción que se tiene en defender estas enseñas (las banderas patrias) que permiten a los que las tienen a su cargo de morir desesperadamente antes que perderlas, como lo hizo un alférez español cuando fue desbaratada nuestra armada sobre los Gelves, que viéndose quedar en poder de turcos, sin esperanza ni orden de salvarse, por haberse apoderado de su galera, se acordó poner en cobro la bandera, de suerte que no pudiese venir a sus manos, y armado como estaba se revolvió en ella, y abrazado con el asta, se hechó de cabeza abajo en la mar para que con él fuese al fondo, donde estuviese para siempre segura de los enemigos; y cuando una batalla se gana, por las muchas banderas y estandartes que perdieron los enemigos, se hace más famosa.

Sacerdote y escritor Bernardino de Escalante

jueves, 10 de febrero de 2011

Roger de Lauria

Fue la figura más prominente de la guerra naval que sacudió el Mediterráneo después de las Vísperas Sicilianas. No sabemos casi nada de su vida antes de que fuese nombrado Almirante en 1283.


Su padre era un feudatario de los Hohenstaufen, y su madre vino a España con Constanza, la hija de Manfredo de Benevento, cuando ésta se casó con Pedro, el hijo mayor y heredero de Jaime el Conquistador, rey de Aragón. Según algunas crónicas Bella de Lauria, la madre del Almirante, había sido la madre adoptiva de Costanza. Roger, quién acompañó a su madre, creció en la Corte de Aragón y fue recompensado con tierras en el recién conquistado Reino de Valencia. Cuando el malgobierno de Carlos de Anjou y sus seguidores hizo que los sicilianos se rebelasen en las famosas Vísperas Sicilianas de 1282, Roger de Lauria acompaó al rey Pedro III de Aragón en la expedición con la que, pretendidamente, se iba a atacar al Reino moro de Tunez, pero que realmente se había diseñado como un intento de apoderarse de los dominios de los Hohenstaufen en Nápoles y Sicilia ya que el rey Pedro III los reclamaba para su esposa como heredera de Manfredo.
En 1283, cuando la isla se había puesto bajo la protección de Pedro III, el rey de Francia lanza el Desafío de Burdeos, desafía a Pedro de Aragón a un torneo entre 100 de sus caballeros (incluidos ellos mismos) en el que el premio para el vencedor será el reino del vencido, y que debía celebrarse en Burdeos. Carlos de Anjou no se presenta, por lo que el torneo no se lleva a cabo. Sicilia corona a Pedro como Rey, éste le dió el mando de su flota a Roger de Lauria. El consejo real hablaba de él con los términos más laudatorios, pero no hace ninguna referencia a previos servicios militares.
Pensamos que estos servicios debieron existir de una manera u otra, ya que defendió Sicilia y los derechos de los reyes de la Corona de Aragón contra los angevinos, derrotando a una flota francesa al mando de Carlos de Anjou en las inmediaciones de Malta . En 1284 derrotó al príncipe de Tarento (heredero del trono napolitano) en la bahía de Nápoles y realizó una espectacular campaña en Calabria.
Posteriormente, ese mismo año, fue a Cataluña, a petición de Pedro III el Grande, para hacer frente a los franceses. Pues el rey Felipe III  el Atrevido, de Francia, decidió invadir Cataluña con un gran ejército, al que el papa Martín IV  dio la consideración de cruzados. Se la llamó "Cruzada Aragonesa", y en opinión del historiador Chaytoe se trató de "la más injusta, innecesaria y calamitosa empresa realizada por la monarquía capeta". El objetivo del rey francés no era otro que coronar a su propio hijo Carlos de Valois rey de Aragón (el hijo de éste, Felipe VI, lo sería de Francia) y apoyar a su primo Carlos de Anjou  en su conflicto con los aragoneses por el trono de Sicilia. Apenas dos años antes, Pedro el Grande y sus aliados bizantinos habían urdido las Vísperas Sicilianas que habían arrebatado la isla al de Anjou, en favor de Aragón.
El rey de Mallorca, Jaime II , hermano del monarca aragonés y conde del Rosellón, también apoyaba al Capeto. En Cataluña, el rey Pedro el Grande había ofendido a los nobles debido al vigoroso ejercicio de la autoridad real, recibiendo escaso apoyo por su parte. Sin embargo, las atrocidades cometidas por los invasores en los asedios de Elna y Gerona levantaron a las ciudades y al campo en contra de ellos.
El ejército invasor avanzaba lentamente, rindiendo las obstinadamente defendidas ciudades una por una, y contaba con la cooperación de un gran número de aliados, estacionados en escuadras a lo largo de la costa, las cuales traían suministros desde Narbona y Aigües-Mortes. De hecho, las líneas de suministro dependían totalmente de la flota francesa.
El rey Pedro se dio cuenta de que la interrupción de las líneas de suministro francesas les forzarían con toda seguridad a retirarse. Para ello, estaba dispuesto a arriesgar Sicilia durante un tiempo, y llamó a la flota aragonesa, al mando de Roger de Lauria, de Palermo a la costa catalana. El almirante alcanzó Barcelona el 24 de agosto al frente de 40 galeras de guerra, siendo informado de la disposición de los franceses.
Advirtió que si podía romper el centro de la línea de escuadrones, de tan estirada como estaba, podría posteriormente deshacerse de los extremos. En la noche del 28 de agosto28 de agosto , cayó sobre la escuadra central de la flota francesa cerca de las islas Formigues. El hábil Lauria colocó dos fanales encendidos en cada galera, para que en la oscuridad de la noche su flota pareciera el doble de grande. La flota del enemigo estaba formada por 10-16 galeras genovesas al mando de Juan de Orreo y 15-20 francesas a las órdenes de Henri de Mari.
Los aragoneses rodearon las líneas enemigas, provocando la retirada de los genoveses y el desastre para los franceses. Mediante el uso enérgico de los espolones, así como con una destructiva lluvia de tornillos lanzados con las ballestas, que limpió las cubiertas francesas, la victoria fue completa. La derrota francesa fue seguida, como era habitual en las guerras navales del Medievo, por una matanza masiva.
A continuación, Roger se aproximó a la bahía de Rosas , donde se hallaba estacionada otra flota de más de 50 barcos, engañada al aproximarse Lauria bajo colores franceses. En mar abierto, los franceses fueron derrotados el 3 de septiembre y toda su flota capturada o hundida. A continuación, con refuerzos llegados de Barcelona, al cabo del día conquistó la plaza, y todos los suministros y tesoros almacenados allí por los franceses pasaron a manos aragonesas.

Pedro III el Grande en el collado de las Panizas.
Óleo sobre lienzo de Mariano BarbasánMariano Barbasán . 1889.

Esta brillantísima acción naval, junto con la derrota de las armas galas en el collado de las Panizas, forzó a Felipe III a retirarse. Felipe, gravemente enfermo, moriría en Perpiñán , siendo sucedido por el "Rey de Hierro", Felipe IV el Hermoso. Sin embargo, los franceses mantuvieron la ocupación del Valle de Arán  hasta 1313, fecha en que fue recuperado por Jaime II de Aragón , el cual restituyó los usos y constituciones de sus habitantes, suprimidos por los franceses.
La derrota francesa supuso también la confiscación del reino de Mallorca  por parte del rey aragonés. Jaime II de Mallorca no recuperaría su reino hasta 1295

Los triunfos del almirante de Lauria estuvieron basados en innovaciones técnicas. Los ataques no se basaban únicamente en el abordaje y el uso de la espada, sino en el empleo de espolones y de ballestas, ya fueran de mano o, en el caso de las más grandes, montadas en parapetos situados en los barcos.
Las hazañas del marino en el mar Mediterráneo fueron notables. Interpelado por el Conde de Foix, emisario del Rey de Francia, el cronista Bernat Desclot pone en boca Roger de Lauria (1285)

Señor, no sólo no pienso que galera u otro bajel intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco galera o leño, sino que no creo que pez alguno intente alzarse sobre el mar si no lleva un escudo con la enseña del rey de Aragón en la cola para mostrar el salvoconducto del rey aragonés

Al acceder Jaime II  al trono de Aragón, tendría que haber cedido el trono siciliano a los angevinos con los que había firmado la paz. Sin embargo, su hermano menor Federico aceptó la corona que le habían ofrecido los sicilianos y luchó por la corona contra los angevinos y su hermano. Aunque al principio Roger apoyó a Federico, poco después se puso al servicio de Jaime. Confiscados sus territorios sicilianos y tildado de traidor, venció al infante Federico en cabo Orlando y Ponza. Firmada la Paz de Caltabellota (1302) entre ambos hermanos, Roger se retiró a su condado en Cocentaina, donde murió.

Sepulcro de Pedro III el Grande

Fue enterrado en Santes Creus, un monasterio cisterciense , al pie del sepulcro de Pedro el Grande, sepulcro, por cierto, que él trajo de Italia, había sido una bañera romana. También se le dedicó un monumento al final de la Rambla Nova  de Tarragona, obra del escultor  Feliu Ferrer Galzeran.


Monumento a Roger de Lauria en la ciudad de Tarragona.

Bibliografía:

Runciman, S. Vísperas Sicilianas.
Http://es.wikipedia.org
http://www.1911encyclopedia.org/Roger_De_Lauria

miércoles, 9 de febrero de 2011

La tasa del Quijote

Dada su importancia en la literatura española, es costumbre iniciar las ediciones del Quijote incluyendo todos los materiales que acompañan a la obra de Miguel de Cervantes, los llamados por la crítica preliminares o paratextuales.

Así, es habitual que el lector que abra las primeras páginas de su ejemplar del Quijote, se encuentre con elementos que no se suelen reimprimir en otras novelas : una dedicatoria, un prólogo, advertencias al lector y un conjunto de poesías laudatorias además de la autorización administrativa y la tasa obligatoria y necesaria para la publicación de la obra.

Sin embargo a los lectores del siglo XVI no les resultaba extraña esta práctica ya que, en los reinos de Castilla, desde la pragmática de 1558 sobre la autorización previa de impresión, era obligado imprimir los citados preliminares. En lo que respecta al libro titulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, después de la portada de la primera edición , figuran en las siguientes páginas el siguiente documento administrativo:

Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro Señor, de los que residen en el su Consejo , certifico y doy fee que, habiéndose visto por los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que dello conste, di el presente en Valladolid, a veinte días del mes de diciembre de mil y seiscientos y cuatro años.
Juan Gallo de Andrada


Juan Gallo de Andrada pertenecía al cuerpo de escribanos , un selecto numerus clausus de funcionarios por oposición, asignados a uno de los Consejos -en el caso que nos ocupa el Real de Castilla- que constituían los órganos principales en la administración del estado.

Así, inicialmente, la que sería la obra inmortal de la literatura universal se tasó en su momento en docientos y noventa maravedís y medio ( el maravedí fue, durante mucho tiempo, en Castilla la principal unidad monetaria de cuenta) es decir, en ocho reales y pico (un real eran treinta y cuatro maravedís). Para hacerse una idea, en Castilla la Nueva en 1605; una docena de huevos costaba unos 63 maravedís; una de naranjas, 54; un pollo, 55, y una gallina, 127; medio kilo de carnero, unos 28 y una resma de papel de escribir, 28.

Así, si bien El Quijote (que ni siquiera se llamaba así en el documento administrativo) no se vendía barato, bien poco podía imaginar Juan Gallo de Andrada (que fue un personaje rico e influyente en la sociedad de su tiempo) que la primera edición que autorizó alcanzaría un incalculable valor y que el hecho de su vida que le haría pasar a la historia iba a ser estampar su firma, un día de diciembre de 1604, en la primera página de una, en aquel entonces, banal novela cómica.

martes, 8 de febrero de 2011

La Hacienda de José Bonaparte

La última entrada sobre impuestos, lo prometo.

José Bonaparte fue designado Rey de España y de las Indias mediante un Decreto del emperador Napoleón de 4 de junio de 1808. Un mes más tarde fue jurado por los comisionados españoles como monarca y empezó su difícil labor de gobierno en un país desgarrado por la Guerra de la Independencia.

Al igual que en otras materias políticas y sociales, el ejecutivo afrancesado intentó modernizar las normas y los procedimientos tributarios. De esta forma, la Constitución de Bayona, primera Constitución española, aunque otorgada, contenía en su Título XII varios preceptos dictados con esa intención: por una parte, distinguía claramente el Tesoro Público del Tesoro de la Corona; de otra, suprimía las aduanas interiores; además, determinaba que la legislación fiscal sería igual en todo el territorio y, por último, suprimía los privilegios establecidos a favor de personas o colectividades. Sin embargo, estos intentos modernizadores fracasaron totalmente como consecuencia de la extraordinaria penuria de las arcas públicas originada por la guerra con los partidarios de Fernando VII.

Varios fueron los problemas a los que se enfrentó la Administración hacendística afrancesada para obtener recursos suficientes. En primer lugar, sus partidarios no dominaban todo el territorio peninsular y, por tanto, las posibilidades de recaudación eran menores. En segundo, los mariscales que mandaban los ejércitos franceses de ocupación eran auténticos virreyes que no obedecían las órdenes del Gobierno de Madrid y que esquilmaban en su beneficio y en el de sus tropas las zonas que controlaban. Esta situación se agravó cuando el emperador Napoleón decidió en 1810 que las regiones de Aragón, Navarra, País Vasco y Cataluña, dejaran de depender del Rey de España, anexionando definitivamente el principado de Cataluña a Francia en 1812.

Los ministros de Hacienda que intentaron poner orden en esa caótica situación fueron el banquero Francisco Cabarrús y el científico Francisco Angulo, ambos personajes ilustrados que habían desempeñado importantes cargos durante el reinado de Carlos IV.

La búsqueda de recursos revistió diversas modalidades. Así, en los primeros meses del reinado se establecieron dos servicios extraordinarios, en forma de préstamos obligatorios, que debían aportar los obispos y las 150 personas más ricas de cada provincia. Otro sistema fue la continua petición de recursos a Napoleón. Pero éste no estaba dispuesto a facilitar financiación a su hermano José, salvo en muy escasa medida, puesto que era de la opinión de que la guerra debe alimentar a la guerra. Desesperado por sus penurias económicas, el propio monarca español acudió a París, con ocasión del bautizo del Rey de Roma en junio de 1811, consiguiendo únicamente la promesa imperial de un préstamo mensual de un millón de francos, que sólo se cumplió unas pocas veces.

Como la ayuda de Francia no llegaba, la Hacienda española buscó nuevas fuentes de ingreso. De esta manera, se autorizaron en Madrid cuatro casas de juego que debían sostener una parte de los gastos de los hospitales y la policía de la capital de España. El éxito de esta medida fue tan grande que la recaudación obtenida sirvió, además, para dotar otras actividades públicas. En noviembre de 1811 se establecieron nuevos arbitrios sobre las tiendas y los puestos callejeros, los bailes de máscaras, el aguardiente, los combustibles, etc.

Otro recurso utilizado por la Administración bonapartista fue la desamortización. En este caso, se sacaron a pública subasta los bienes embargados a los nobles que luchaban en contra de los franceses, las propiedades de la recientemente suprimida Inquisición y una parte de los bienes de los conventos.

Finalmente, las victorias militares del ejército del duque de Wellington, el hostigamiento permanente de los guerrilleros y la heroica obstinación del Ejército español, que nunca se dio por vencido, lograron que José Bonaparte se marchara definitivamente de España en junio de 1813, dejando abandonadas en el campo de batalla de Vitoria una gran cantidad de las riquezas que quería llevarse de recuerdo a Francia.

jueves, 3 de febrero de 2011

Los españoles

Las Provincias españolas son pequeñas naciones diferentes y no partes integrantes de un solo Estado. El barcelonés dice: soy catalán, cuando se le pregunta si es español; y los vascos llaman castellanos a los que quieren designar como enemigos de su raza y de sus fueros.

Domingo Faustino Sarmiento. Viajes por España, 1836

¡Qué poco hemos cambiado!

miércoles, 2 de febrero de 2011

Vero Icono

Según una leyenda recogida a comienzos del siglo IV por Eusebio de Cesarea, el rey Abgar V de Edesa escribió a Jesus, solicitándole que le curase una enfermedad. Eusebio decía haber traducido y transcrito la carta original que se encontraba entre los documentos de la cancillería siria del rey de Edesa. Según el documento de Eusebio, Cristo respondió por carta, confirmando que cuando completase su misión terrenal y ascendiese a los cielos, enviaría a un discípulo para sanar a Abgar, como así habría hecho. Otra versión de la misma leyenda insistía en que la respuesta fue enviar directamente al apóstol Tadeo a Edesa portando una tela que llevaba impresa los rasgos faciales de Jesús, por cuya virtud el rey sanó milagrosamente.

El rey Abgar de Edesa con el Mandylion, icono del Monasterio de Santa Catalina del Sinaí, probablemente de 945.

Esta imagen de Cristo, junto con la carta y una lámpara que habría seguido ardiendo durante siglos, fueron encontradas emparedadas en un nicho sobre las puertas de Edesa en 544, a raíz de un sueño enviado al obispo de la ciudad, en un momento en que sufría la amenaza de los persas.

Gracias a la intervención del icono los persas levantaron el asedio y la ciudad se salvó. En los siglos V y VI se colocaron copias de la carta sobre las puertas de las ciudades, las casas y las tumbas. La imagen de Edesa, que presentaba a Jesús sobre un velo, moreno y con barba y cabello largo, conocida como Mandylion, fue trasladada a Constantinopla en 944, donde fue recibida con gran pompa por el emperador Romano I, que la depositó en la capilla del Gran Palacio de Constantinopla. Allí permaneció hasta que los Cruzados saquearon la ciudad en 1204, durante la infame Tercera Cruzada, llevándose gran parte de sus tesoros a Europa Occidental.

El Mandylion fue aceptada por muchos como la verdadera efigie – Vero Icono – de Cristo.

martes, 1 de febrero de 2011

La primera batalla naval de Algeciras

En 1275, el sultán meriní Abu Yusuf desembarcó en la Península al mando de un ejército con el fin de ocupar la estratégica plaza de Tarifa. Apenas si contó con apoyo de los musulmanes de Granada que no veían con buenos ojos el extremismo que llegaba del norte de África. Tarifa fue tomada casi sin lucha. La respuesta cristiana tardaría un poco en producirse.

Debemos recordar que en la edad media, y durante bastante tiempo después, la época “buena” para la guerra iba desde el principio de la primavera hasta mediados del otoño. El invierno siempre, siempre era época de descanso.

En el año 1278 el rey Alfonso X envió una potente flota desde Sevilla con el fin de someter a bloqueo a dicha plaza ahora musulmana. La flota, formada por más de cien barcos de diferentes tipos, fue puesta al mando del almirante Pedro Martínez de Fe. Por su parte el sultán meriní se dispuso a formar una flota de 72 naves del norte de África con las que contrarrestar la flota castellana. El sultán de Granada decidió apoyar a sus hermanos de fe en la lucha contra los castellanos enviando 12 naves desde Almería; pues había tenido diversos enfrentamientos con los cristianos y pensaba que le convenía más tener un apoyo fuerte por parte de sus correligionarios.


Los castellanos tuvieron mala suerte, pues además de luchar contra los infieles eran parte del tablero de ajedrez que enfrentaba al rey Alfonso con sus herederos, especialmente el infante Sancho (futuro Sancho IV). Este se apoderó de los caudales destinados a sufragar a la flota, lo que condenó a los hombres a padecer graves problemas de abastecimientos. Los moros averiguaron el mal estado en el que se encontraba la flota cristiana, que llegó a sufrir una epidemia de escorbuto. Decidieron lanzarse al ataque.

El 25 de julio de 1278, con toda la calor del sur de la Península se lanzaron al mar para romper el bloqueo de la flota castellana sobre Tarifa. Los castellanos se pusieron en formación cerca de Algeciras.

Tenemos pocos datos sobre la batalla, los cronistas musulmanes loan a los guerreros de la fe y los cronistas cristianos simplemente acusan, siguiendo al rey Alfonso X, al recaudador de impuestos judío Zag de Maleha, quién sería apartado de todos sus cargos y posteriormente ejecutado. Mientras que el infante Sancho seguirá en su carrera particular por heredar a su padre.

Lo que sí sabemos es que la flota cristiana quedó prácticamente destruida. Lo que permitiría que los musulmanes meriníes volvieran a poner el pie en la península. Algo que no gustaría mucho a los musulmanes nazaríes de Granada, mucho más “civilizados” y menos puristas en su concepción del Islam.

Tarifa no volvería a manos cristianas hasta 1292.